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Llegaron a la ciudad de Mar del Plata con el auto demasiado cargado. No porque las pequeñas maletas que llevaban en el baúl pesaran, sino porque aquel contrato recientemente firmado comenzaba a convertirse en realidad. 

Lo habían firmado en el registro civil cercano al estudio de Laura, y justamente ella misma había oficiado como testigo. Sin besos, sin vestido blanco, sin alianzas. Un par de firmas en tinta azul y un sello algo desgastado los habían convertido en marido y mujer.

Sólo antes de subir al auto, luego de haberse despedido de Laura y entregando los papeles para que apresurara la adopción legal, él la había tomado del brazo con sutileza y la había mirado a los ojos. 

-Vamos a estar bien.- le había dicho acariciando su brazo con ternura. 

Ella sonrió sin mostrar los dientes, temía estar cometiendo el error más grande de su vida, y sin embargo con sólo mirarlo, creía estar en el lugar correcto. 

Por fin habían llegado a la ciudad del mar. Recorrían la costa, con sus edificios antiguos conviviendo con los modernos y las escolleras de inmensas piedras haciendo frente a las fervientes olas, que las golpeaban sin miramientos. Agustina bajó la ventanilla y la brisa marina acarició su rostro, obligándola a cerrar los ojos. Federico no pudo evitar desviar la vista hacia ella. Siempre había sido bueno ocultando sus sentimientos, pero presentía que con ella iba a ser mucho más difícil. 

Se había tenido que contener para no darle los anillos que aún llevaba en el bolsillo, para no tomar su mano cuando la jueza había preguntado si aceptaban unirse en matrimonio, y mucho más de no atraparla entre sus brazos y llevarla a la habitación del hotel para demostrarle cuánto la deseaba. Ella le había pedido que no mezclaran las cosas y él había aceptado. Era un hombre de palabra, un caballero, un hombre de voluntad, aunque estuviera en las puertas del desafío  más complejo de su vida. 

Llegaron a la casa que la empresa, haciendo relucir su eficiencia, había conseguido. Era hermosa, a escasos metros del mar sobre una colina que permitía la vista de su inmensidad desde su gran ventanal. Con muebles blancos relucientes y cuadros que parecían demasiado costosos ofrecía un ambiente de revista que Agustina, en seguida, temió alterar con su desorden habitual. 

-¿Te gusta? - le preguntó Frederico, al ver su cara de preocupación 

-Si, es muy linda.- le respondió ella intentando sonreír.

Federico pudo darse de cuenta que algo no estaba del todo bien, sin embargo no se atrevió a indagar, al menos no por ahora. 

-¿Queres ver las habitaciones?- le preguntó intentando sonar natural, pero al ver la mirada entrecerrada de ella supo que había sonado mucho más provocador de lo que había deseado. 

-Son tres.- agregó rápidamente haciendo que ella sonriera de manera genuina otra vez. 

-Me gusta la casa, es un poco… ¿¿elegante?? - le dijo con un gesto que él encontró demasiado hermoso. 

- Y eso es malo ¿por?- le preguntó él sonriendo también. 

-Digamos que tengo un pequeño problemita con el orden. - agregó ella apretando los dedos de la mano con inocencia.

Federico se rió, cada día le gustaba más y eso era algo que no tenía ganas de seguir ocultando. 

-No tengo problema en impartir el orden. - le dijo con falsa arrogancia. 

-De eso estoy segura.- le respondió ella golpeando con suavidad su brazo y sin esperar respuesta comenzó a subir las escaleras con entusiasmo. 

Él la observó con su mirada perdida en la ilusión de que lo que había comenzado como un trámite para facilitar otro pudiera convertirse en lo que, sin saber, había esperado toda su vida. 

Antes de conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora