Capítulo 17 "Te odio"

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Andaba sin zapatos en la soledad del pasillo, dejé que las botas cayeran al suelo y apresuré mi paso, no tenía a dónde ir. Solo necesitaba mantenerme lejos de Aries.

Tenerlo cerca me ponía enferma y eso me hacía perder la cabeza.

—Iris —su voz dominarte me detuvo en medio del pasillo. La luz de la luna se filtraba a través del ventanal.

Cerré mis ojos y solté todo el aire que tenía reprimido en mis pulmones.

—¿Qué? —me voltee con rabia—. Ya no quiero discutir contigo, no más.

No dijo nada.

Caminó reduciendo la distancia entre nosotros.

—Me confundes, Aries —bramo—. A veces creo que me odias, pero estoy aquí por ti. No me eliges, pero tampoco me sueltas y ya me cansé.

—¿Por qué debería elegirte, Iris? —se pasó la lengua por el labio inferior—. No considero que te tenga atada a mí —susurra acercándose a mi oído—. Eres libre de hacer lo que te plazca, pero por una extraña razón sigues aquí conmigo.

—Tú me obligaste a esto —le empujo por el pecho.

No se tambalea, pero si retrocede unos pasos. Era evidente que mi golpe no le iba a mover ni un solo pelo.

—Es que te odio tanto —hablo nuevamente, a estas alturas ya no me sentía mareada. Fue tanto el enfado que me hizo pasar la borrachera—. Te odio. 

Repito y él suelta una risa ronca.

—¿Me intentas convencer a mí o a ti?

—¿De qué vas, joder? —vuelvo y le golpeo el pecho—. ¿Nada te afecta? ¿Eres de hierro?

—No soy de hierro —sisea—. Y ahora mismo tu camiseta mojada me está poniendo muchísimo.

No había notado que mi ropa estaba adherida a mi cuerpo debido a la maldita tormenta provocada por Aries. La camiseta resaltaba mis pechos y su vista estaba fija ahí.

—¿Puedes decir que me odias otra vez? —me pidió—. Necesito darte una respuesta a eso. 

—Te odio, Aries.

Dije y entonces él me besó.

Sus labios cayeron sobre los míos, su lengua se abrió paso por mi boca y no me quedo de otra que corresponder su beso y enredar mis dedos en su cabello azabache.

Me apartó de un minuto a otro y llevó uno de sus dedos a mis labios entreabiertos cuando notó mis intenciones de reprochar.

Lo entendí todo, la fiesta en el bosque había terminado y los estudiantes se acercaban para ir a sus respectivas habitaciones, ya se escuchaban sus pasos cada vez más cerca. 

Tomó mi mano y tiró de mí por la primera puerta que encontró y no eran más que las duchas. Mi espalda cerró la puerta y quedé acorralada entre sus brazos. Besó mi hombro expuesto y lo fulminé con la mirada.

Eso no le importó mucho.

—Yo odio a las pelirrojas —susurró contra mi oído—, pero tú me pones demasiado como para no llegar a probarte.

Con sus dientes tiró del lóbulo de mi oreja. Sus dedos bajaron por mis piernas, apretaron mis muslos, la palma abierta de su mano se coló por debajo de la tela y acarició mi abdomen plano.

—Te he fantaseado en numerosos, posiciones —comentó—. En mis sueños te he hecho mía y escuchado gemir unas mil veces —pasó un mechón de cabello por detrás de mi oreja—. No te dejaré ir, aunque me lo pidas de rodilla.

Mis mejillas se encendieron.

¿Ante esto como se reacciona?

Parpadeo unas cuantas veces antes de reaccionar e ir directo a su boca. Mañana afrontaré las consecuencias. Mis manos acunaron su rostro y mi lengua se abrió paso en su boca. Aries me tomó por la parte baja de mi espalda y lo rodeé con mis piernas. 

Sentí el agua caer sobre nuestros cuerpos y mi espalda pegada a las frías baldosas. Aries rompió mi camiseta y la tiró a los lejos con mucha rabia. Sus dedos me obligaron a subir la barbilla y su boca atacó mi cuello con lengüetazos y mordidas placenteras.

Su piel ardía bajo mi roce.

Me asustaba verme en vuelta en llamas, ya que su temperatura no dejaba de aumentar.

—No tienes de que preocuparte.

Fue a por el cierre de mi jeans. Con dificultad los deslizó fuera de mis piernas y se detuvo a observar el encaje de mis bragas, me sentí indefensa.

—¿Se besaron? —me pregunta de repente y arrugo la frente.

—No, me he besado con nadie.

—Mejor —me tomó del cuello y me atrajo hacia su boca—. No me gusta compartir, Iris.

Con sus manos magreó mis pechos, y su lengua fue dejando una estela de besos húmedos por todo mi cuello, en lo que sus dedos bajaban y se metían dentro de mi intimidad.

Entrando y saliendo repetidas veces.

Reprimí un gemido y fui en busca de su boca, pero me rechazó con una amplia sonrisa.

—¿No puedes aguantar sin un beso mío?

—Imbécil.

—Te recuerdo que te estás dejando tocar por un imbécil —el movimiento de sus dedos en mi parte más íntima se intensificó y me hizo tragar en seco.

Las piernas comenzaron a temblarme.

Aries me estaba robando un orgasmo bajo la el agua de la ducha de una academia para asesinos en medio de la madrugada.

Yo estaba intentando procesar todo.

—No voy a tener sexo contigo —saqué fuerzas de donde ya no existía para detenerle.

—Como quieras.

Sentí frío en el momento que dejó de tocarme.

Se quitó su pulóver y me lo lanzó a la cara, lo tomé antes de que cayera al suelo.

—En realidad si hay algo que me afectaría demasiado —dice de pronto con la mano en el manillar de la puerta—. De que alguien que no fuese yo, te pusiese un dedo encima.

—¿Debería tener miedo?

—Tú no, él sí.

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