Me mantuve en silencio unos segundos, con mis ojos clavados en los suyos, hasta que mis pensamientos se reorganizaron. Estaba segura de que él era Antony May, recordaba claramente las imágenes en las hojas del periódico que había guardado mi madre. El tiempo había pasado, sin dudas, tenía el cabello rapado a cero y los pómulos bien marcados por la edad, aun así, su esencia era la misma. Según había comprendido, él era el gemelo bueno, por así decir. En todos los años en los que los hermanos habían estado activos jamás si había podido encontrar un rumor siquiera que atara a Antony a los pecados capitales de la mafia familiar. Tal como lo había descrito mi madre, parecía calmo como quien acaba de tomar una clase de yoga. Sin embargo, en ese mismo momento su expresión era todo menos calma.
— Usted... — intenté decir, pero él me interrumpió.
— Puedes decirle a tu madre que creímos que habíamos sido suficientemente claros al respecto, pero al parecer estábamos equivocados. No vuelvan — el ronquido de su voz hacía que su mandato pareciera incluso más terrible.No pude evitar fruncir el ceño y mirarlo con confusión.
— Espera, espera, ¿quieres decir que mi madre ha venido aquí antes? Me refiero a después de que yo naciera.
Por un instante el hombre me miró con las cejas apretadas y su nariz arrugada, juzgándome, pero ni bien pasaron unos segundos, pude notar como sus expresiones fueron ablandándose, pero no por completo.
— No intentes jugar conmigo, niña. Sé muy bien quién te ha enviado, y también qué has de saber que esa misma persona estuvo años persiguiéndonos, intentando desesperadamente conseguir una estúpida información, la cual le insistimos no poseíamos.
La peor parte de estar parada frente a un extraño a quien solo pareces conocer por una pequeña frase escrita en el diario de tu madre, no era oírlo decir cosas sobre ella, más bien, era creerle. En su voz podía oír la sinceridad de sus palabras, no necesitaba que me explicara nada pues yo conocía bien a mi madre, una mujer que pasó los primeros años de mi vida desesperada por reencontrarse con ese amor perdido. Incluso en la carta de despedida al final de su libro había resaltado que jamás recibió ayuda de la familia May, ahora, jamás creí que en verdad la había ido a buscar.
— ¿Qué era lo que quería saber? — pregunté sin más — ¿Y qué le dijiste tú?
Al preguntarle esto di un paso hacia adelante, acortando la distancia entre él y yo para aparentar ser más intimidante. Pero a él no pareció incomodarle, más bien parecía consternado por la pregunta que acababa de hacerle, como si una voz en su cabeza le dijera que se diera media vuelta y saliera de allí caminando sin mirar atrás. Intenté sostenerle la mirada todo el tiempo, de modo que supiera que yo no iba a rendirme fácilmente. Hasta que finalmente respondió.
— Te seguiré el juego por un momento. Tu madre, Alice, apareció aquí en diferentes momentos, ya no recuerdo muy bien cuándo, pero, si debo estimar, tal vez haya sido alrededor del juicio de mi hermano, Leonard. Estaba histérica, jamás la había visto así. Gritaba cosas sin sentido, al menos para mí. — Antony respiro hondo antes de continuar — decía que había visto en las noticias todo lo que había pasado y que ella estaba segura de que estábamos escondiendo a Thomas detrás de todo esto. Le dije que estaba loca y que era imposible algo semejante, puesto que la familia de él aún estaba buscándolo, si es que siquiera seguía vivo. Pero ella no parecía escucharme. Aseguraba que los eventos que llevaron al arresto de mi hermano tenían que ver con él, qué tomas debía haber estado presente en algún momento. Juré en nombre de mi esposa que jamás lo había visto, y que yo de todas las personas en el mundo era la menos indicada para hablar al respecto de mi hermano pues habíamos separado nuestros caminos hacía mucho tiempo. Incluso cuando tomas trabajaba para mi madre, yo no pisaba el Pub, jamás tuve una mínima idea de lo que ocurría detrás de esas paredes. ¿Cómo iba yo a saber en qué se estaba metiendo Leonard? Y ese pobre muchacho que falleció, descanse en paz, jamás lo había visto en mi vida. Me vi envuelto en un escándalo mediático en el que solamente podía pensar en mi madre y su salud, lo demás era patrañas. Yo no tenía nada que ver.
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Nuestro atardecer dorado
RomanceCatherine Cox tiene 29 años, es psicóloga, vive en París y trabaja en un hospital para niños. La última vez que había visitado Broadstairs, el pueblo donde naci, había sido después de graduarse. Los recuerdos de su infancia eran demasiado desgarrad...