El tren se detuvo en seco, algunas personas a nuestro alrededor comenzaron a moverse en dirección a la puerta mientras esta se abría, y sin embargo, yo todavía no podía sacar mis ojos de Amanda, quien parecía tener la expresión de quién sabe qué ha dicho algo que no tiene retorno.
— ¿Qué dices? — le pregunté confundida mientras ella se ponía de pie y me indicaba con su mano que avanzara antes de que el tren volviera a irse.
Casi en contra de mi voluntad me vi arrastrada tanto por ella como por la multitud desesperada por salir. Parecía como si mis pies hubieran olvidado cómo caminar, mi cerebro debía estar luchando para procesar tanta información a la vez.
Segundos después nos encontrábamos en la plataforma de la estación de Margate. Casi todos a nuestro alrededor se dispersaron rápidamente, y tan rápido como toma mirar al cielo y ver a las gaviotas revolotear bajo la calidez del sol, Amanda y yo nos quedamos solas allí. Ella volvió a mirar a los costados, a pesar de que sabía bien que ya no había nadie que pudiera escucharla, y luego se dirigió hacia mí.
— ¿Recuerdas la historia de cómo te perdiste en el festival de Margate, cuando tu madre estaba embarazada de los mellizos? — preguntó ella, yo asentí — Bien, sabes que Jay y yo habíamos acompañado a tus padres, solo que nosotros nos desviamos y empezamos a caminar por otro sitio. Habremos estado a menos de 10 metros de donde estabas tú junto con tus padres, Jay había visto un puesto de kebabs y me había invitado a comer uno juntos, así que nos acercamos e hicimos la fila. Nos habrá tomado 5 minutos. En ese tiempo, recuerdo que yo estaba contándole una historia graciosa a él, hasta que vi algo en la multitud que hizo que mi sonrisa se apagara por completo.
— Lo viste a él — asumí yo, y ella asintió.
— En el momento se sintió como un sueño, cuando te despiertas en la mañana y puedes ver con claridad una imagen, pero luego parpadeas y esta ha desaparecido de tu mente. Bueno, ver a Thomas se sintió igual. Estaba escaneando inconscientemente la multitud a mi alrededor hasta que me frené en una persona que estaba parada a menos de 2 metros de distancia de mí. El tipo tenía una gorra y una capucha puesta por lo que era difícil ver su rostro, sin embargo, en ese momento, una de las luces del carrusel que se encontraba cerca de nosotros iluminó la mitad de su rostro por un milisegundo, y entonces lo vi, sus ojos verdes, su sonrisa, ¡era innegable que era él!
— ¿Y no le gritaste, nada? — pregunté con el corazón en la garganta. Mis latidos estaban comenzando a aturdirme.
— No pude — dijo ella mientras negaba con su cabeza — La primera reacción que tuve en el momento fue parpadear y sacudir mi cabeza, como cuando crees que has visto un fantasma, pero cuando volví a verlo, ya no estaba. Recuerdo que Jay estaba asustado porque, según él, me había puesto pálida. Y ni siquiera fui capaz de decírselo a él. Creí estar perdiendo la cabeza por un momento, entonces decidí fingir que no había pasado, pero no me duró mucho tiempo — dijo ella agachando su cabeza.
— Porque... — comencé a decir, al principio desconociendo lo que ella iba a decir, pero luego no fue hasta que ella levantó la mirada que pude ver en sus ojos la verdad. Solté un jadeo de asombro y llevé ambas manos a mi boca.
— Porque 5 minutos después, una vez que Jay y yo ya tuvimos en nuestras manos el kebab que acabamos de comprar, oímos el grito desesperado de Alice. Te perdiste bajo la luz de sus ojos. Y ella lloraba tanto que en el momento me fue imposible recordar lo que mis ojos acababan de ver hacía tan solo un momento. Le dijimos que se quedara tranquila y la acompañamos hasta donde se encontraban un grupo de policías, pues asumimos que, de hallar a una niña perdida, alguien lo reportaría. Y para nuestra suerte, así había sido. Tan pronto como llegamos allí, te vimos sentada en una silla de plástico con un helado en tus manos. Recuerdo que fue increíble para nosotros ver que en tus ojos no parecía haber rastros de miedo, lo cual para todos fue un alivio. Tu madre corrió hacia ti y tu padre detrás de ella, gritando al unísono las gracias para los oficiales, quienes te habían cuidado. Entonces, uno de ellos se acercó a tus padres y les dijo que habían tenido suerte, que un hombre se la había encontrado deambulando sola y la había reportado inmediatamente. En ese momento se iluminaron todas las lamparitas de mi cabeza, ¿sabes? Pues lo segundo que dijo el policía, al intentar describirlo, era que, de haber sido en otras circunstancias, hubieran pensado que se trataba de un vagabundo pervertido, puesto llevaba una capucha y una gorra que no deba ver bien su rostro.
ESTÁS LEYENDO
Nuestro atardecer dorado
Любовные романыCatherine Cox tiene 29 años, es psicóloga, vive en París y trabaja en un hospital para niños. La última vez que había visitado Broadstairs, el pueblo donde naci, había sido después de graduarse. Los recuerdos de su infancia eran demasiado desgarrad...