Mi padre me miró como si fuera una estatua en un museo y se encontrará intentando descifrar si mi sueño fruncido era parte de la obra maestra del escultor para intentar proyectar en mí un sentimiento de furia, o si había sido un mero accidente. Perplejo, como si no hubiera acabado de confesar que había sido actor y culpable de que Thomas Cliff no haya podido acercarse a mi madre y a mí en el pasado. No cabía dudas que mi enojo en ese momento, más que accidental, era absolutamente provocado por su actitud. Y lo que más parecía enfurecerme era verlo actuar como si no hubiera dicho nada.
— ¡Papá! — exclamé intentando forjarlo fuera de ese trance — ¿Es broma? ¿Cómo puedes decir algo así sin dar explicaciones?
Él parpadeó tres veces y se encogió de hombros.
— Cathy… No creo que pueda ser más explícito que eso — contestó él con pura indiferencia. Podía sentir la sangre en mis venas hirviéndose. Respiré hondo e intenté mantener la calma.
— Thomas buscó conectar con nosotras y tú se lo impediste… Dime, por favor, cómo es que ocurrió eso, ¡antes de que me dé un ataque de nervios!
Mi padre abrió sus ojos y se quedó mirándome, sorprendido por mi exabrupto, luego desvió su mirada a su izquierda, en dirección a la sala de estar. Intenté seguir la línea de sus ojos hasta que di con un marco que se encontraba sobre la mesa de café, se trataba de una foto de nosotros cinco en la casa del acantilado, estábamos sonriendo.
— Yo no… No podía permitir que él arruinara eso, esta familia — confesó volviendo a verme. Sus ojos estaban aún llorosos, y apretaba sus labios con fuerza.
— ¡Pero eso no te justifica! Sabías cuánto lo amaba mamá, cómo había llorado su ausencia. Si de verdad la hubieras amado, ¡la hubieras dejado ser libre! Libre de elegirte cada día, no porque eres su única opción, sino porque en verdad eras la opción que ella quería.
Creo que para este momento yo también había comenzado a llorar, solo que aún no me había dado cuenta. Joe había comenzado a negar con su cabeza agresivamente mientras mantenía sus ojos cerrados, como si no quisiera ver ni oír lo que yo estaba diciéndole.
— No… No, Cathy, ella me habría dejado… Tú me habrías dejado. Yo no podía competir contra él, pues en todas las batallas hubiera sido un perdedor — replicó con sus puños y sus dientes apretados.
— Déjame decirte, papá, que aun así lo eres. Pues elegiste el camino de las ratas en lugar de irte por la puerta grande… — dije con la voz temblorosa — Y nunca hubieras dejado de ser mi padre…
— No puedes saberlo — dijo él como un niño caprichoso, con la mirada en el suelo.
— Claro que no, si me arrebataste la posibilidad de hacerlo — respondí apuntándole con mi dedo índice acusador — Al menos ahora dame la posibilidad de saber qué pasó.
— ¿Cuándo? — preguntó él fingiendo no haber estado presente en la conversación que estábamos llevando hacía más de veinte minutos.
— ¡Cuando Thomas quiso contactarnos, por Dios santo! — exclamé saliéndome de mis cabales. Él levantó sus manos en señal de que me detuviera. Volví a cerrar los ojos y respiré hondo — No debería ser tan difícil relatarlo, ¿verdad?
Pero él no respondió, en cambio, camino junto a mí y se dirigió hasta el sillón para luego sentarse en él. Enfurecida y desconcertada por su actitud, corrí tras él y me senté a su lado con el ceño fruncido. Me forcé a mantenerme callada hasta que él estuviera listo para decirme lo que quería escuchar. Pasados unos segundos, finalmente lo hizo.
— La primera vez fue el día que naciste. Yo estaba afuera del hospital, recuerdo que estaba terminando de darle las últimas pitadas a mi cigarrillo, cuando vi en el estacionamiento a un hombre parado allí, viendo en mi dirección. Llevaba puesta una gorra y era muy difícil verle el rostro, pero traía una camisa de mangas cortas por lo que podía verle la piel. Lo supuse inmediatamente. Miré a los costados y corrí hacia él, supe que no estaba equivocado cuando vi que el hombre no se inmutó ante mi actitud. Eso solamente podría hacerlo alguien que te conoce o que espera que lo reconozcas. Le dije que se jodiera y que se fuera, que nadie lo quería ver allí, y que, si atinaba a dar un paso más, llamaría a la policía. Él me dijo que solamente quería ver a su hija. Le dije que estaba equivocado y que esa hija era mía, entonces él se me río en la cara y yo lo empujé. Me dijo que él ya sabía todo, que alguien se lo había contado, y que si bien él había dicho que seguiría para siempre, todo cambió cuando se enteró de que iba a ser padre. Intentó convencerme de que quería hacerse cargo del bebé, que él estaba listo para ser parte de la crianza, tu crianza, pero… No puedes creerle a una persona como él, sabía que estaba mintiendo… Él no… Volví a repetirle que se fuera, y como no me hizo caso, me di la vuelta e intenté buscar con la mirada al guardia de seguridad que se encontraba en la recepción. Le hice señas para que se acercara, pero cuando me di vuelta, ya me encontraba solo. Thomas había huido.
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Nuestro atardecer dorado
RomantikCatherine Cox tiene 29 años, es psicóloga, vive en París y trabaja en un hospital para niños. La última vez que había visitado Broadstairs, el pueblo donde naci, había sido después de graduarse. Los recuerdos de su infancia eran demasiado desgarrad...