Capítulo 14

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Cuando era pequeña solía asustarme fácilmente. Odiaba jugar a las escondidas porque temía que nadie pudiera encontrarme después. Luego, cuando fui mayor, intenté controlar ese miedo imponiéndome a él con grandes y falsos gestos de valentía, los cuales resultaban conmigo escondiéndome en algún rincón, lejos donde los otros no podrían verme, ni juzgarme por mi cobardía encubierta. Muchas veces, era allí donde iniciaban los ataques de pánico. Desde el momento en que realizaba la acción heroica hasta mi huida, mi corazón comenzaba a latir a rangos exuberantes. Una vez que pudiera hallar un lugar seguro para esconderme, solía apoyar mis manos sobre mis rodillas y comenzaba a respirar forzosamente por mi nariz. De ser necesario, llevaba conmigo un par de pinzas para cejas en mis bolsillos, de modo tal que, si comenzaba a sentir que mi cuerpo iba a desvanecerse, las sacaría y comenzaría a pellizcar mi piel en búsqueda de espabilarme.

Aquella tendencia había permanecido conmigo desde los 7 hasta los 15 años, coincidentemente el año en el que comencé a ir a terapia. Durante aquel periodo solo me había desmayado una sola vez, días antes de mi decimoquinto cumpleaños. Mi hermana pequeña y yo estábamos jugando en el patio delantero de la casa. Cómo sabes bien mi madre nos tenía prohibido acercarnos a la parte trasera, hacia el acantilado, y mi hermana y yo solíamos cumplirlo a rajatabla. Sin embargo, ese día había ocurrido algo increíble. Fue repentino e inesperado, y se había sentido como la fuerte sacudida de la tierra debajo de nuestros pies. No digo que haya sido un temblor, más bien Creo que se trataba de la caída de sedimentos, bien por el sonido que se oyó inmediatamente después como si pedazos de tierra cayeran de repente al agua. Aquello hubiera sido absolutamente normal, de no ser por el hecho que, al girarme a ver a Tati, ella ya no estaba sentada junto a mí. En ese momento mi corazón comenzó a latir descontroladamente. Mientras me ponía de pie intentaba recordar cuándo había sido la última vez que la había visto. ¿Fue antes o después del temblor, Cathy? Me preguntaba a mí misma mientras corría hacia la parte trasera de la casa. Necesitaba que estuviera allí, parada al menos dos metros del borde, tomarla de la mano y salir corriendo. Pero, una vez que llegué allí, vi que no había nadie, e incluso me había parecido que faltaba un pedazo de tierra. Entonces mis manos comenzaron a temblar, a la vez que el resto de mi cuerpo. Un aturdidor zumbido apareció en mi oído, y sentí como mi cuerpo se comenzaba a desvanecer. Necesitaba acercarme al borde del acantilado y mirar hacia abajo, cerciorarme de que ella no estuviera allí. Pero entonces mientras me preguntaba, qué pasaría si lo estuviera, oí una voz alineada y dulce llamar mi nombre detrás de mí. Al voltearme, vi que era mi hermanita. Entonces todo se volvió oscuro.

Podrás imaginar el grito en el cielo que pegó mi madre al verme tendida a menos de medio metro del borde del acantilado, inconsciente. Juro que ese día, cuando cinco minutos después finalmente abrí los ojos, creí que si no me había matado el temblor, la que me mataría iba a ser ella.

Fue allí que Joe le sugirió a mi madre que me llevaran a terapia, puesto que aquellos ataques de pánico se habían vuelto tan intensos que corría peligro mi propia vida. Agradezco demasiado esa decisión. Fue gracias a ellos que logré trabajar, durante casi toda mi adolescencia, esa terrible fobia que me acosaba desde que era pequeña. Hasta que finalmente creí haberlo superado. Los años pasaron y nunca más había vuelto a sentir algo semejante, puesto que había aprendido a conceptualizar mi vida de un modo diferente, y a entender el porqué de mis miedos.

Pero al parecer, aquellos miedos que creía tener tan controlados, habían resurgido una vez más para controlarme a mí, 15 años después.

Fue difícil darme cuenta de qué era lo que había pasado durante los primeros 60 segundos después de despertarme. Mi primer reflejo fue mover mis ojos para mirar a mi alrededor. Estaba en la recepción del establecimiento, donde Tonny y yo habíamos estado esperando hacía poco tiempo atrás. Me habían recostado sobre uno de los sillones, mis piernas estaban elevadas, apoyadas sobre una enorme pila de diarios viejos. Instintivamente llevé una mano a mi frente, pero me topé con el contacto frío del hielo. No fue hasta que intenté incorporarme que oí la voz de alguien más en la habitación.

Nuestro atardecer doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora