Capítulo 28

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No me di cuenta de que había dejado de respirar hasta que sentí la mano de la pequeña Hannah tomar la mía.

Estábamos los tres frente al edificio del restaurante, rojo carmesí, al cual yo no podía dejar de observar con absoluto asombro, y parecía que mis piernas no podían ponerse en marcha hacia adelante. Mi cuerpo me pedía, solo un momento más, continuemos contemplándolo por fuera, mientras que en mi mente no podía dejar de pensar, “anda, Cathy, tu padre tan solo se encuentra detrás de aquella puerta”, mientras clavaba mis ojos sobre la misma.

Al ver que no reaccionaba, mi pequeña prima tironeó de mi mano para llamar mi atención. Ante esto, sacudí mi cabeza y miré hacia ella.

— ¿No te gustan los fideos? — me preguntó ella, mirándome con sus ojos bien abiertos. No pude evitar soltar una pequeña risa. Su padre, Luca, se sonrió y se arrodilló ante ella.

— Hannah banana, estoy seguro de que a Cathy le encantan los fideos. Aquí te va una idea, ¿por qué no entras y le dices al tío Thomas que nos prepare un plato? Ahora te seguimos — le sugirió él con dulzura.

La niña hizo una mueca pensativa y, segundos después, asintió enérgicamente, soltó mis manos y corrió hacia la puerta de madera y vidrio. Una vez que ingresó, Luca se irguió y me miró, esta vez preocupado.

— ¿Estás bien? — me preguntó cruzándose de brazos.

Entonces, todo el aire que había estado reteniendo hasta entonces, salió de mi boca en una especie de bufido. Me encogí de hombros y miré hacia el suelo.

— Supongo que, luego de tantos años imaginándomelo, temo que no se parezca en nada a lo que soñé… ¿Qué tal si no quiere saber nada de mí, Luca? ¿Qué tal si he llegado demasiado tarde?

Sus ojos se movieron de un lado al otro, buscando las palabras justas para decirme. Levantó sus manos y las apoyó sobre mis hombros, luego sonrió.

— Cuando mi hermano volvió a casa, después de tantos años sin vernos, lo primero que nos contó fue que tenía una hija llamada Catherine. Recuerdo que éramos muy pequeños aún, yo no tenía la edad que él había tenido cuando se había ido siquiera, y tengo bien claro en mis recuerdos como cada 5 de mayo, mis hermanos y yo le cantábamos el feliz cumpleaños a aquella sobrina que jamás habíamos conocido… — él hizo una pausa, miró al suelo y luego volvió a verme, sus ojos llenos de lágrimas — Lo que intento decirte, Cathy, es que, si bien Thomas no volvió en estos años, no fue porque no te quisiera, al contrario. Pues, si acaso existe algo en el mundo que sigue atando a Thomas a ese frío y lluvioso país tuyo, eres tú.

En ese momento, no pude evitar llorar. Lo rodeé con mis brazos y lo abracé, mientras decía mil veces “gracias”, puesto que me había liberado de mis miedos, al menos parcialmente.

De repente, mientras aun sobrina y tío estaban fundidos en un abrazo, oímos el ruido de la campanilla de la puerta de entrada. Luca y yo nos separamos y giramos nuestras cabezas casi en unísono en dirección a ella. Volví a respirar cuando vi que se trataba nuevamente de Hannah, quien venía con una porción de focaccia en su mano y masticando algo en su boca.

— Guel chio chomas guiche que glo echpeguesh guen ua mecha — dijo ella con la boca llena.

— Cariño, sabes que no tienes que hablar mientras masticas, papi no te entiende — dijo Luca acercándose a la puerta. La pequeña respiró hondo e hizo el esfuerzo de tragar todo lo que estaba comiendo.

— Dije que el tío Thomas dice que entres y lo esperes en una mesa. Está ocupado cocinando — aclaró la niña, luego volvió a darle un mordisco a la masa y volvió sobre sus pasos al interior del establecimiento.

Nuestro atardecer doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora