Querida Alice:
Feliz navidad.
Por un momento me hiciste el hombre más feliz del mundo entero, cuando te vi de espaldas caminando por la gran avenida junto a la playa.
Asumía que el festival de Margate podía ser un buen lugar para nuestro reencuentro. Admito que estaba muy nervioso, puesto que no podía imaginarme cómo se sentiría verte o si acaso se daría la posibilidad para que aquello ocurriera. Y aun así, nada podría haberme preparado para lo que acabé viendo.
Tú y Joe tomados de la mano, mi pequeña hijita junto a ustedes, y tu enorme panza embarazada.
La traición nunca se sintió tan amarga. Incluso al ver a Amanda allí, acompañándolos, se me hizo un nudo en la garganta.
Oh, la agonía. Se han olvidado de mí.
Quería correr hacia ti y gritarte que me vieras, que estaba allí esperándote, pues no podía admitir la cruda verdad. Que ya no me amabas.
Me di cuenta en ese momento qué había estado escribiéndole cartas a una pared, y que tú estabas eligiendo no leerlas porque ya me habías reemplazado.
Tu corazón ya no grita, sino el nombre de alguien más que no soy yo.
Pero entonces, mi pequeña niña se giró, como si su pequeño corazón le hubiera dicho que yo estaba allí, viéndola. Y al verme a los ojos, sentí como si nos hubiéramos unido telepáticamente, y nos hubiéramos dicho un millón de palabras con tan solo un parpadeo.
Entonces se soltó de tu mano y corrió a mí. Lo juro, jamás me hubiera tomado el atrevimiento de robártela de tus manos.
Cuando vino a mí, la alcé en mis brazos con la familiaridad que nos había sido robada. Y me sonrió, mi princesa, como si hubiéramos estados destinados a ser padre e hija.
Ella tiene mis ojos. Y su cabello rizado se parece al de mi madre, Elena.
Pero tiene tu nariz, y tus labios, también.
Nuestra niña es la más hermosa que jamás he visto, Alice.
Hubiera deseado tenerla en mis brazos para siempre.
Pero entonces nuestro reencuentro fue detenido por tu agudo grito, llamando a su nombre.Catherine.
No miento si te digo que sonreí al oírlo. Aquel era el nombre más perfecto.
Sentí que allí había una parte de nosotros que jamás moriría. Entonces decidí dejarla con los guardias de seguridad del festival, pues no podía soportar la idea de que me vieras. Ya no podía.
Vi como mi pequeña me miraba con tristeza mientras me alejaba de ella entre la multitud.
Lloré todo el camino a casa.
Ahora estoy en el puerto, escribiéndote esta carta, a punto de subirme a un barco que me lleve con mi otra familia. La que he abandonado ya por muchos años.
Espero que estén bien.
Te amaré por siempre.
Thomas.
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Nuestro atardecer dorado
RomansaCatherine Cox tiene 29 años, es psicóloga, vive en París y trabaja en un hospital para niños. La última vez que había visitado Broadstairs, el pueblo donde naci, había sido después de graduarse. Los recuerdos de su infancia eran demasiado desgarrad...