capitulo 4 (la invitación )

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Ha pasado una semana desde lo ocurrido con las seguidoras de Freen. Desde ese día, apenas se las veía en clase, y cuando aparecían evitaban ser vistas por los demás. Becky se extrañó un poco, pero imaginó que se sentían humilladas por el castigo recibido por culpa de su egoísmo. No quiso pensar en ellas y se concentró en las clases y sus estudios. Muy pronto serían los exámenes trimestrales, y no se sentía aún preparada.

Lo que más extrañó a Becky y a todos fue; la ausencia de Freen. La morena apenas se dejó ver el pelo por el centro y no se sabía nada de ella. Los profesores dijeron que estaba un poco enferma y que no estaba en condiciones de venir a clase, pero que en breve volvería. Aún así Becky se sentía intranquila por la larga ausencia de Freen. Estaba verdaderamente preocupada.

—Eh, Becky. —llamó Irin, quien se sentaba a su lado en clases—. ¿Te pasa algo? Te encuentro rara.

—No, no es nada. Es que...

—Es por lo de Freen, ¿a qué sí? —acertó la castaña con ironía. Becky sonrió rendida—. No te preocupes. Solo debe ser un catarro.

—Ojalá sea eso solo...

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En esos momentos, el director de la academia, ocupado en su despacho con el papeleo y demás, recibe una visita. Por la puerta de caoba apareció alguien a quien el director agradeció ver; Freen Sarocha, la morena también parecía contenta de verle, cerró la puerta con suavidad, quedando a solas. El director tenía rasgos muy similares a los de Freen, como si fuesen parientes.

Nadie lo sabía, pero así era. El director se hacía llamar Víctor Roins, pero en realidad su apellido era Sarocha. Era el padre de Freen. El hombre era alto y corpulento a pesar de aparentar unos 40 años, cuando en realidad tenía más, muchos más. Tenía el pelo negro con melena, y los ojos negros. Con una sonrisa se puso en pie, luciendo su traje elegante y bien arreglado.

—Me alegra que vengas a verme tan a menudo. —dijo quitándose las gafas para leer, dejándolas en la mesa—. No has ido a clase desde hace una semana, ¿ocurre algo?

—Nada que deba preocuparte, padre. —aseguró ella yendo hacía una silla donde se sentó con elegancia.

—Intenta no llamarme así. —pidió él con humor—. Nadie sabe, ni debe saber que somos familia.

—No acabo de entender el porqué de ello.

—Por ti, querida mía. —dijo él acercándose a ella, y poniéndose de rodillas a su lado—. Eres conocida como la Reina de la sombra por méritos propios, yo mismo acepté que te conocieran así… Si se llega a saber que eres hija del director, podría perjudicarte.

—Que importa lo que piensen los humanos. —dijo ella despreocupada.

—Me importa a mí. Seré vampiro, pero sigo siendo tu padre, y quiero lo mejor para mi hija. —dijo él muy seriamente—. No deseo ver cómo te mirarían los estudiantes por ser hija del director. Entiéndelo.

—De acuerdo. —aceptó ella resignada.

—Bien. Ahora... —dijo poniéndose de nuevo en pie—. ¿A qué se debe ésta semana de ausencia? Se ha dicho que estás enferma... pero quiero saber el verdadero motivo.

—He hecho campana, tan sencillo como eso. —contestó ella con naturalidad e inocencia.

—¿Tú, campana? Eso sí que es una novedad, ¿y por qué? —pregunto él cruzando los brazos—. ¿Tienen que ver esas dos chicas?

—En parte sí. Deseaba dedicarme exclusivamente a ellas, al menos esta semana. —afirmó ella con una sonrisa sarcástica. El director la miró con la ceja alzada—. No me mires así. Sabes que odio que me humillen de esa forma.

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