𝟙𝟘. ℍ𝕒𝕤𝕥𝕒 𝕞𝕚 ú𝕝𝕥𝕚𝕞𝕠 𝕒𝕝𝕚𝕖𝕟𝕥𝕠

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Carlos intentó despertarse

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Carlos intentó despertarse. Los ojos le pesaban y era incapaz de abrirlos. Cogió aire lentamente para calmarse. Todo estaba oscuro y silencioso. Solo se escuchaba el ruido de los grillos en la noche. Estaba recostado en una dura superficie y le dolía todo el cuerpo. Intentó moverse, pero le sobrevino un mareo y se dejó caer de nuevo. Con sus manos tocaba lo que había a su alrededor, pero todo era desconocido para él.

- No te muevas, se te van a abrir los puntos.

La voz de Karisa llegó hacia él amortiguada. Una luz se encendió detrás de él y cuando pudo abrir los ojos, enfocando con claridad, se dio cuenta de que estaba en el suelo del vestíbulo de su casa.

- ¿Qué coño hago aquí? estoy en el puto suelo, Karisa –le protestó a la castaña que ponía en su oído un termómetro y lo observaba concentrada.

- Como tú comprenderás, no podía contigo. Recuperaste la conciencia lo suficiente para llegar aquí, pero, te volviste a desmayar –le contó ella inspeccionando sus mejillas.

- Estás aquí –afirmó él. Karisa lo miró apretando sus labios en una leve mueca.

- ¿Dónde quieres que esté? –le respondió ella con otra pregunta.

- Podías haber aprovechado y huido Karisa. Yo lo hubiera hecho de ser tú –le dijo Carlos. Buscó una de sus manos y entrelazó sus dedos con los suyos sintiéndose más tranquilo al notar ese contacto.

- Lo pensé. No te voy a negar que fue mi primer pensamiento –se atrevió a decirle aún a sabiendas de que él probablemente, se enfadaría.

- ¿Y qué te llevó a no hacerlo?.

- Tú –le confesó sin ningún titubeo.

- ¿Yo? ¿te di lástima? –se burló él a pesar de sus circunstancias.

- En parte sí. No podía dejarte malherido. Tú me rescataste una vez, y decidí que yo haría lo mismo contigo.

Carlos llevó su otra mano a la mejilla de Karisa. Sus dedos la acariciaron con mucha suavidad consiguiendo que ella se estremeciera con su contacto. Sus ojos almendrados lucían cansados, algo que evidenciaban también, las ojeras que empezaron a formarse debajo de sus ojos. 

- Hay algo más que no me cuentas –su voz era un leve susurro. Sabía que Karisa no estaba aquí solo por ser una buena samaritana. 

- Me haces sentir segura. Y aunque sé que una palabra tuya, podría destruirme, por primera vez en mi vida, me siento segura.

Las palabras de Karisa hicieron mella en él. Reprimió una ligera sonrisa pues su confesión era algo que no esperaba. Sintió que pensara que él podía acabar con lo que era, y eso fue algo que no le gustó. Quería que siguiera sintiéndose segura a su lado sin ningún tipo de titubeos. Todo lo que pensaba hacer con ella, en que le tuviera miedo para hacerla más fuerte, ya no servía de nada, porque miedo era lo que ella había pasado esa noche y no estaba dispuesto a que se volviera a repetir. Por lo menos con él.

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