𝟜𝟚. 𝔼𝕝 𝕕𝕚𝕒𝕣𝕚𝕠

786 211 148
                                    

Karisa seguía aún conmocionada por lo que Carlos le contaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Karisa seguía aún conmocionada por lo que Carlos le contaba. Creía que el corazón se le iba a salir del pecho de los nervios que sufría. Todas las emociones vividas volvieron a ella con más fuerza y sintió unos enormes deseos de gritar y llorar para descargar toda la frustración. Pero, debía centrarse en algo aún más importante que todo lo que pasaría en unas horas.

- Carlos tenemos que ir a un sitio –le dijo ella poniendo una de sus manos en su brazo.

- Tenemos que largarnos de aquí y llegar lo antes posible al aeródromo de Zelenograd. Y pronto -le contestó él sin casi mirarla. Elucubraba su plan de huída y necesitaba que Karolo les echara una mano para poder sacarlos lo antes posible del país. 

- No lo entiendes, tenemos que ir a Vyrica, pero ya –le rogó ella con insistencia.

- ¿A Vyrica? ¿Pero qué estás diciendo? Eso nos retrasaría casi una hora, Karisa. Está hacia el otro lado.

- ¡Para el coche, Carlos! –le gritó ella un par de veces con desesperación- ¡para el coche!

Carlos dio un volantazo provocado por los golpes que Karisa le daba en el brazo. Estaba a punto de contestarle cuando lo que vio en sus ojos le hizo comerse sus palabras. Era un anhelo ansioso, miedo, terror y si, mucha angustia. Las lágrimas acudieron a sus mejillas sin poder, ni querer evitarlas.

- Hay algo que dejé en Vyrica cuando me sacaron de mi casa, Carlos. Y tengo que ir a buscarlo o me temo que lo perderé para siempre. Es el legado de mi familia, y es cuestión de vida o muerte. Por favor, te lo ruego, llévame allí.

- ¿Te das cuenta del peligro que corremos si hacemos eso? –le preguntó él acariciando su mejilla con mucha suavidad.

- Lo sé. Pero, lo que hay en mi casa, algún día salvará vidas. Te pido muy pocas cosas, Carlos, pero, necesito que me lleves allí, por favor, haré lo que sea...

La castaña sollozaba considerablemente. Al piloto se le partía el alma de verla de esta manera. La agarró de los hombros y la estrechó entre sus brazos sintiendo los fuertes latidos de su corazón golpeando en su pecho. Karisa temblaba y sabía que no era de frío pues la noche era bastante cálida. Cuando creyó que se había calmado, la separó de su pecho.

- Más te vale que lo que haya en tu casa aún esté. Nos estamos jugando la vida, chiquita -le recordó él siendo muy consciente de la locura tan grande que iba a cometer por su chica. 

- Lo siento, de verdad que lo siento, Carlos –sollozó ella sintiéndose terriblemente culpable.

- Ei, ya está. No llores más cariño –Karisa alzó sus ojos para mirarlo, esta vez una pequeña sonrisa salió de su boca en cuanto escuchó la palabra que él había pronunciado. Los dedos del piloto aún seguían acariciando su mejilla y le devolvió la sonrisa- no pongas esa cara de extrañada, hace tiempo que lo eres. Pensé que ya te habías dado cuenta.

NARDIÁNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora