Después de varias horas de viaje, la pareja se encontraba en el inicio de su luna de miel.
Refugio y Juan Carlos habían acordado que él habría de elegir el destino.
Refugio nunca antes había ido a una playa, ni había conocido el mar, ni mucho que se sentía.
Un hotel donde la habitación daba con vista al mar, siendo una playa privada. Una habitación cómoda y perfecta para dos recién casados.
Ambos se quedarían varios días ahí para disfrutar de su amor.
Petita se quedó con Olga, así ambas aprovecharía pasar más tiempos juntas. Olga también estaba de acuerdo en que Petita se fuera vivir con Refugio en la casa de Juan Carlos y lo más importante Esque Petita también estaba de acuerdo.
Todo en la casa de Refugio ya estaba listo y empacado, la gente de mudanza que contrató don verduras haría todo lo necesario para pasar las pertenencias de Refugio y Petita, Cuquita no tenía de qué preocuparse.
Juan Carlos hacía lo posible para que Refugio no tuviera ningún estrés ni preocupación, tal como se lo había recomendado el doctor que veía a Refugio.
Ambos entraban a su respectiva habitación de ensueño, con una preciosa vista al mar, champagne, rosas esparcidas por el suelo.
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Ambos se miraban con gran amor, sus maletas aún sin hacer, el señor aún vestido de traje y ella con un vestido blanco cómodo que había elegido para ponerse después de su boda.
Juan Carlos la agarró de la cintura acercandola e él con suavidad y ternura.
-Señora de Mendoza, es un placer estar con usted esta noche - la besó dulcemente
-Señor Mendoza, es y será un placer compartir mi vida contigo
Él empezó a bajarle el vestido mientras besaba el cuello de ella, hasta dejarla solo con su ropa interior.
- Mi amor, te ves tan tierna con esa pequeña pancita - le acarició su vientre - que placer de la vida que ahí se encuentra un granito de amor nuestro - sonrió dulcemente
-Lo sé, mi amor - sonrió - se siente tan bien esto, después de mucho sufrimiento que pasé a lo largo de mi vida por fin siento que la vida me sonríe
-Así será, mi reina
Ella empezó a deshacer la corbata y retirarle el saco.
-Que apuesto, señor Mendoza - acariciaba el pecho de él - pero hay algo que me llama todavía más la atención - se acercó más a él e hizo su experto movimiento de cadera que tanto le gustaba a él, haciendo rozar sus sexos e invitando su erección a desarrollarse con más grandeza de deseo
-Señora de Mendoza - la agarró con deseo de las nalgas estrujandolas - le gusta jugar - se acercó para besarla
Ella soltó una risita tierna y él ante tanta belleza de su mujer le besó la naricita.