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Lisa fue abriendo sus ojos de a poco, con la vista nublada y la molestia golpeándola en el rostro. Unas náuseas azotaron tu estómago a tal punto de creer que vomitaría al instante. La sensación de su cuerpo era abrumadora.

Su cabeza daba muchas vueltas y sus manos dolían, se percató de que estaba amarrada a una silla, con las manos detrás y algo cubriéndole la boca. Sin darle la posibilidad de pedir ayuda, aunque por su estado es prácticamente imposible de que eso ocurra.

Se quejó bajita, soportando la incomodidad de sus manos en aquella posición.

Formó una mueca con su rostro y cerró los ojos con fuerza antes de abrirlos por completo. Encontrándose con un lugar muy diferente.

Su cabeza ardió en el momento que dio un giro repentino. Seguía analizado el lugar con detenimiento, con el miedo colandose por su ser. Le dolían hasta los huesos, y ni hablar del estremeciemiento que tuvo al ver una pared llena de cuchillas, navajas y Bisturíes.

Pasó saliva con dificultad debido a que algo cubría su boca, impidiéndole siquiera respirar con normalidad.

Era un lugar frío.

Parecía más un laboratorio, pero en una bodega. Luces azules, un lugar espacioso en el cual había una sola camilla, instrumentos de doctores y muchas candenas. Una puerta enorme la cual ella suponía que daba a la parte de afuera o quizás a otro lugar. No sabía con exactitud, pero él lugar no era para nada pequeño.

Y ella estaba ahí, en medio de todo eso. Entre basura, cadenas, y muchas armas. Sus ojos se cerraban involuntariamente por lo adormecida que aun se sentía.

—Lalisa Manobal —levantó la mirada y se encontró con el rostro de Andrés. Aquel hombre con un traje gris impecable, una mirada sombría y una sonrisa corta en los labios—. Hasta que por fin te tengo en mi poder.

Aquella hizo el intento de hablar, pero recordó que no podía. Se intentó zafar pero recordó que no podía. Estaba atada de pies y manos.

Estaba enfurecida por aquello. Buscaba a los lados, pero nada.

Por su mente no pasaba nada, y era imposible. Todavía se sentía lo suficientemente mareada como para no moverse.

—Es increíble todo lo que tuve que hacer para lograr tener en mi poder —alegó Andrés—. Huele a victoria. ¿Quieres que te quite eso? —señaló aquello que cubría los labios de Lisa. La peliengra asintió—. ¿Vas a gritar? —Lisa negó—. Bien.

Le sacó aquello de la boca, pero Lisa no tardó en gritar.

—¡Ayuda! —su voz se quebró y empezó a toser. Su garganta estaba seca.

Una Princesa En Apuros. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora