Lalisa Manobal siempre estuvo encerrada entre cuatro u ocho paredes. Ha sido o niña consentida desde que tiene memoria, y llega a un punto en el cual es agotador.
Eso le ocurrió a ella, cansada de siempre ser la (casi) princesa sin tener nada que ha...
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—Hello, people —entré al area de Lisa, donde aquella estaba muy distraída en su camara. Mi vista se detuvo en un ramo de flores rosas—. ¿Es San Valentín y nadie me dijo nada?
—Deja eso, Rosé —rechistó. Ni siquiera me acerqué a las flores—. Te conozco. Sé tus mañas.
Rodé los ojos y me dirigí al ramo de flores.
Era muy lindo. Tomé la carta que estaba entre ellas y leí con pausas y sonriendo de oreja a oreja, a sabiendas perfectamente de quien sería capaz de comprar un ramo de rosas así. Y lo hace solo una persona que quiere ser perdonada.
—¿Lili?, es que ni yo, mucha confianza —bromeé.
Lisa levantó la mirada, —Deja de poner tanta mano. Que chismosa eres.
—Todas son yo —seguí riendo—. Te regalaron flores, no me puedes pedir que no curioseé. ¿Fue la gatita?
Lisa me miró extrañada, —¿Gatita?, tú me estás jodiendo. No la llames así, es Jennie.
—Ay, que mala vibra traes hoy —me subí sobre la mesa que estaba ahí—. Mira, un café —lo llevé hasta mi boca y lo escupí al instante—, joder, que amargo está. A ti te gusta el café dulce.
—Ya no —masculló—. Dulce empalaga.
—¿Qué hiciste con Lisa?, regrésame a mi amiga, ¿te la comiste? —Lisa dejó la camara sobre la mesa y se cruzó de brazos—. Esto es una epidemia, ya regrésenme...
—Cállenla —murmuró—. Rosé, simplemenete fue una muestra de amistad. Quiere ser perdonada, y bueno, listo.
Me quedé mirándola por unos segundos muy largos, algo me daba buena espina de todo esto. Algo me decía que Lisa no era la única sentía esa atracción, sino que Jennie también.
Aunque actuaba sin darle mucha importancia, era obvio que estaba emocionada.
Conocía a Lisa mejor que nadie.
—Parece que alguien no está de muy buen humor hoy, nos levantamos con el pie izquierdo.
—Rosé, lleva eso con Jisoo —me entregó una pila de papeles—. Ella lo pidió hace rato.
—¿Y por qué yo? —los vellos se me pusieron de punta ante la mención de Jisoo.
—Porque yo lo digo —comentó como si nada.
Me acomodé los lentes y a regañadientes me dirigí a la oficina de Jisoo. Toqué la puerta y esperé que soltara un "pase". En cuanto aquello pasó, entré y dejé la pila de papeles sobre su mesa.
Aquella estaba hablando por su celular. Fruncí el entrecejo.
