En Corea, hay dos familias mafiosas que se comparten la plaza: Los Park y los Kim.
Sin embargo, con los recientes rumores de la llegada de la Yakuza japonesa, las cosas dejarán de ser tan pacíficas entre ambos clanes.
¿Qué familia tomará el mando?
Bastó solo un disparo para que el centro comercial entrase en pánico. Fue el instinto lo que provocó hombres, mujeres y niños presentes, soltaran lo que fuese llevasen en las manos, y se tirasen al piso.
-Este lugar está lleno de civiles, como es posible... -exclamó el hombre, quien había salido aquella tarde a comprar ropa con sus dos hijos, y ahora se encontraba agazapado detrás de un par de maniquíes que él mismo se había encargado de tirar, para que le funcionasen como barricada.
Un segundo disparo provocó gritos y llantos. Si la cosa continuaba así, seguramente se perderían vidas inocentes, por lo que el hombre y sus dos hijos varones sabían no tenían otra opción: había que huir.
-Las averiguaciones las haremos más tarde –dijo, a lo que sus dos hijos asintieron en silencio.
En menos de un segundo, cada uno de ellos rebuscó en sus cinturones, y no tardaron en preparar sus armas.
Emprendieron la carrera por aquel pasillo, sin embargo, un tercer disparo proveniente de una nueva dirección, los obligó a agacharse, confirmando sus sospechas: se enfrentaban a más de uno.
Una nueva serie de disparos provocaron una nueva oleada de gritos y llantos, así como de explosiones al impactarse contra los cristales. Agachados como estaban, el trío se apuró a llegar al final del pasillo, y esquivando un par de balas más, giraron a la izquierda, con dirección a la salida de emergencia más cercana.
No habían avanzado ni un par de metros, cuando una bala se incrustó en el muslo del padre, y entonces, salido de la nada, un hombre lo interceptó, tacleando al herido, aprisionándolo contra el suelo, y presionando su pistola contra su mejilla.
-¡Papá! –gritó el menor de los muchachos, al tiempo que apuntaba su arma contra aquel enemigo, y disparaba.
Sin embargo, había sido tanta la conmoción que le había temblado el pulso, y la bala apenas y había rozado la gorda mejilla del atacante.
-¡Dono! –exclamó el mayor de sus hijos, y al igual que su hermano menor, apuntó su arma y disparó.
En su caso, la bala se incrustó justo en medio de la frente del atacante, y salió limpiamente por la parte posterior de su cráneo. Mientras aquel hilo de negra y espesa sangre empezaba a resbalar por su rostro, el padre de ambos muchachos le dio una patada con su pierna buena, y se lo quitó de encima.
-¿Papá, estás bien? –preguntó el menor de sus hijos.
-¡No es el momento para eso! –lo reprendió su padre, y tras apretar firmemente los dientes, apoyó todo su peso en su pierna herida, y se incorporó-. ¡Vámonos!
Una nueva serie de disparos intentaron darles alcance, pero el trío se encargó de responder del mismo modo. Esperando no haber dado por error a ningún civil, continuaron corriendo, sin mirar atrás más de lo necesario, y apenas un minuto y medio más tarde, habían salido del centro comercial, subido al auto blindado, y alejado de allí, perdiéndose en el tráfico, a toda velocidad.
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