Capítulo treinta: Confía en mí

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R J

— Sí, te veré después— miré hacia el pasillo, dónde Félix salía de su cuarto de la mano con la chica morena de la otra vez y levanté las cejas mirando a su dirección.

— Hey, RJ— me saludó ella cuando me vio allí parado.

Asentí con una mueca en la cara, observando cómo se perdían en la entrada. Me dejé caer de espaldas en el sillón, ocupando todo el espacio posible y solté un suspiro pesado.

Los pasos en retroceso de Félix volviendo a la sala se oyeron poco después, con una sonrisa que no podía imitar en su rostro. Le dio una sacudida a mi cuerpo tendido en el sillón y yo lo alejé de un empujón.

Estaba cansado.

Manejar todo pretendía ser sencillo cuando pensabas en ello, pero luego no lo era tanto cuando debías hacerlo por ti mismo.

— Hermano— me murmuró, totalmente entretenido con mi estado de ánimo y casi tropezando con la mesa de centro.

Llevaba un cigarro en sus manos y me miraba como si fuera la cosa más patética que había visto en su vida. Bueno, quizás lo era.

— No puedo creer que estés así por, Gia— sacudió mi pierna antes de tomar asiento en el otro sillón individual, frente a mí.

— Estoy así por haber estudiado toda la mañana— me excusé, apuntando a las miles de hojas extendidas en la mesa con mi brazo extendido, antes de dejarlo caer sobre mi cara.

— Me sorprende que no te haya dado una patada en las pelotas por ver a Bree— apretó sus labios y negó— cabron.

Me sentí algo confundido cuando usó el viejo apodo de Briana. Creí que ya era pasado para él.

— Vete a la mierda. Yo no quería que pensara que me acosté con otra.

— No hubieras sido tan estupido de dejarla dormir en tu cuarto si vas tan en serio con G.

— Yo dejé a Juliet allí— quité mi brazo y lo miré fijamente— además, ¿es mi culpa pensar que no iba a tocar mi ropa?

Cerré los ojos recordando como la sonrisa de Gia desapareció de repente al ver a Briana, al pensar que había traicionado lo nuestro sin siquiera empezarlo.

Idiota. Era aún idiota.

— Sí, quizá porque está loquita por ti— le dió una calada a su cigarrillo y me miró— Y tú eras loquito por Gia.

— Solo quiero pensar en blanco un momento— volví a poner mi brazo en mis ojos.

Sus movimientos llegaron a mis oídos, el movimiento de las hojas y el lápiz cayendo al piso.

— ¿Cuántas van escritas?

Suponía que estaba mirando mi libreta. Pero, estaba tan cansado que sólo lo dejé ojear un poco.

— Unas ocho— dije en voz baja.

— Mierda. Estas jodido— me senté y le quité el cuaderno de las manos.

— ¿Conseguiste lo que querías?— le pregunté escondiendo la libreta en los cojines.

— El tipo tiro mucho el precio— apuntó hacia dónde guardamos los instrumentos y allí, junto a su guitarra, un amplificador MA9000 relucía entre los otros— pero lo conseguí prácticamente gratis.

— ¿Le regateaste a un anciano cincuenta dólares?

Nosotros no compramos cosas nuevas, no teníamos tanto dinero, todos nuestros instrumentos son de ventas de segunda mano o tiendas de compra-venta, como al que Félix fue a comprar aquello.

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