Capítulo tres: Malas pero muy malas noticias

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G I A

El insoportable tono de llamada que emitió mi teléfono, desde cualquier parte del cuarto, me despertó y obligó a mis párpados a abrirse con pesadez. Recibí de lleno la luz del sol en mi ojos, al estar las estúpidas persianas abiertas y hacer todavía peor el dolor de cabeza.

Restregué mi mano en mis ojos tratando de quitarme el sueño y el leve dolor de cabeza, descubriendo un manchón de negro en el dorso, haciendo que recuerde como anoche acabe en una fiesta de fraternidad por la culpa de Cassie.

Quién, sinceramente, puedo catalogar como la persona más traicionera de mi vida. Habíamos ido allí con la intención de "levantar mis ánimos" por perder una parte importante de mi vida universitaria, pero ni más colocamos un pie dentro de aquel lugar, un moreno se le prendió como sanguijuela y Cassie me hizo Bay-Bay en sólo un pestañeo.

Y aunque me sabía desenvolver entre las personas con un poco de tacto, lo último que me apetecía era que alguien me recordara lo que sólo había ocurrido horas antes.

El timbre volvió a sonar segundos después, junto con la horripilante canción que coloqué de tono a los diecisiete y que aún conservaba, dejando en claro que la llamada se trataba de una persona en específico.

— Shhh, cállate— le grité como si me hiciera caso.

Lo busqué por todos lados del cuarto vacío, hasta que lo encontré junto a un zapato bajo la cama. Lo tomé entre mis manos y me cuestioné si atender o no, pero finalmente sólo lo dejé pasar hasta que terminara.

Cuando el anuncio de llamada perdida iluminó la pantalla, me percate de que también contaba con unos cuantos mensajes de Papá.

Me acosté de nuevo sobre el colchón y mis ojos se pasaron por la pantalla con cierta duda.

Nunca he pedido ayuda, aún cuándo dentro de mí era lo que más quiera, aprendí que si no lo sabía hacer de primeras era mejor no hacerlo nunca, no volver a intentarlo.

Intentar y fracasar era mi metodología para cualquier cosa.

Por esa razón, lo último que quería era hacer esa llamada a mi padre en una forma de rescate. Una opción incoherente que estaba rondando en mi cabeza hace cinco segundos. Pero que de igual forma no me detenía a intentarlo.

No lo veía como una opción fiable. Llamé a mi padre en mi cumpleaños, pero nunca contestó, ahora vuelvo a apretar el botón de llamar con esa sensación de que volveré a fracasar.

No sería una buena forma de empezar mi día.

El teléfono en mi oreja, emitía el tono una y otra vez hasta que del otro lado toman la llamada, sorprendiéndome al oír su voz.

— ¿Hola?— contestó con tono serio.

— Papá.

Oh Gia...— su cambió de repente, como si otra persona cambiará de lugar — Hola, hija ¿Cómo estás?

— Puedo estar mejor— dije paseando la mirada por el cuarto.

El espacio amplio que ofrecían los cuartos de las residencias del campus era lo suficientemente cómodo para los estudiantes y para mí, aún si tenía que compartirlo con alguien. No era una idea que me entusiasmara mucho cuando lo leí por primera vez en el reglamento, pero si cada una se mantenía a su raya y mantenía sus manos en sus pertenencias, lo podíamos llevar. Al menos, el año pasado funcionó genial.

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