XXI: Filius Canis

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XXI: Hijo de perra

Las puertas del área de visitas se abren con un fuerte zumbido

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Las puertas del área de visitas se abren con un fuerte zumbido. El sonido de las puertas de metal pesado resuena en las paredes cuando se abren para dejar pasar a Chan. El jefe Yang está sentado en la mesa de visitantes, con las manos esposadas y los ojos entrecerrados mientras observa a Chan sentarse al otro lado.

Si las miradas pudieran matar, habría hecho añicos el puto cristal.

—Jefe Yang, —dice Chan, sus ojos se desvían por un segundo antes de corregirse—. No. Yang Jeongil. ¿Cómo está?

Su nombre suena extraño sin el título. Lo había tenido durante tanto tiempo que no sabía cómo vivir sin él. Aún así, se endereza en su asiento y trata de que no le importen los grilletes en sus tobillos. Una tortura innecesaria, en su opinión y probablemente una ordenada por el mismo Chan. Hay una terrible sensación de rozamiento en el hueso de su tobillo cada vez que raspa las cadenas de metal.

—Así que ha ganado, —dice, con voz apagada mientras observa a Chan constantemente—. ¿Cuánto tiempo le queda de vida a mi hijo?

—Lo que me parece extraño es el hecho de que siga pensando que voy a matar a su hijo, —se ríe Chan—. Sabe, realmente esperaba que esta relación funcionara entre nosotros. Tenía la esperanza de que tuviera en mente la vida de su hijo cada vez que hiciera algo por mí, pero fue demasiado para ti, ¿no? ¿Cómo pensó que iba a sacarlo del país sin su cooperación?

—Lo envenenó.

—Le aseguro que no tengo ningún interés en lastimar a su hijo. Iría tan lejos como para decir que me preocupo más por él que usted y eso es trágico, —suspira Chan—. Pero dejando eso de lado, estoy sorprendido. Tengo que admitirlo, escondió sus secretos muy, muy bien. Tenía suficientes contactos dispuestos a pasar por alto cada cosita sucia que hacía, bien hecho.

Al Jefe Yang se le pone la piel de gallina. No le quedan opciones, no le queda nada, está completamente a merced de Chan y es un sentimiento tan extraño. No ha estado a merced de nadie en mucho, mucho tiempo.

Chan mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y saca un pequeño cuaderno rojo con un bolígrafo metido en la carpeta. Lo golpea sobre la mesa y lo desliza a través de la pequeña ranura debajo del vidrio que los separa.

El jefe Yang frunce el ceño—. ¿Qué es esto?

—Encontré su almacén, —le dice Chan y todo el humor desaparece de su rostro y su voz. En cambio, lo reemplaza una mirada fría y sin emociones, que oculta sus emociones de la vista. Independientemente de lo que sienta sobre esta situación, sobre Yuki, sobre el almacén, el jefe Yang no puede leerlo.

five stars » hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora