Capítulo ocho: Ensoñación

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Debía reconocerlo; estaba acostumbrándome a la hermosa sensación de mi calor corporal mezclándose con la de Keigo.

La verdad es que nunca me había sentido tan... Vaya. Ni siquiera sé cómo describirlo acertadamente.

Creo que una vaga forma de ponerlo en palabras, sería, que yo vendría a ser como una pieza de rompecabezas encajando correctamente en un sitio predestinado.

«Predestinado», me gusta esa palabra. (Si de Takami Keigo se trata).

Sonreí a ojos cerrados mordiéndome el labio inferior, mientras mantenía mi cara en el arco de su cuello que olía tan bien.

Era una aprovechada (y lo sabía), por aferrarme a él de ese modo. Pero ¿quién podría culpar a una chica por soñar despierta y respirar ilusiones siendo arrullada por los brazos del chico a quien adora?

Su vuelo continuaba su curso estable y diligente, aunque por obvias razones le pedía al cielo que ese momento se prolongara cuanto fuese posible.

Mi deseo, por desgracia, no se cumplió tal cual lo habría querido. En menos de cinco minutos ya estaba colocándome de pie en un amplio balcón con vista a la ciudad.

—Hemos llegado —me dijo, apartando sus brazos de mi cuerpo.

Nos regalamos una sonrisa, antes de que con ostensible maravilla yo contemplase lo hermoso que se veían los últimos rayos del sol en el horizonte. A mi izquierda se apreciaba los edificios mas altos del centro de la ciudad a lo lejos.

—Vaya... —murmuré.

—¿Entramos? —preguntó haciendo un ademán para cederme el paso.

Asentí sonriendo un poco tímida en tanto bajaba la mirada y me giraba hacia donde él indicaba.

Pasamos desde el balcón al salón de estar cruzando una puerta de cristal sin marco que por poco se confundía con el amplio ventanal.

Volví a sonreír notando lo ordenado que era el espacioso sitio donde predominaba el color blanco, azul, gris y negro.

A varios metros frente a mí había varios cuadros con paisajes futuristas cuyos marcos eran de metal. En la estantería de cristal reposaban algunos adornos pequeños y también unos pocos libros que debido a su posición, deduje que se trataba de lecturas actuales de Keigo.

Al fondo a mi derecha se apreciaba una barra y varios taburetes de piel roja, y más al centro; la cocina.

A mi izquierda se hallaba un juego de sofá en forma de ele que cubría gran parte del salón; era de terciopelo en tono blanco. Entre los negros cojines medianos y cuadrados sobresalían cuatro, grandes y peludos de color azul.

La interminable alfombra era gris, y en la blanca pared de dicho extremo, más allá de la mesa de cristal en el centro, se situaba una moderna chimenea de bordes negros. Muchas pulgadas arriba había una enorme televisión.

—Tu departamento es muy lindo —comenté quitándome las bailarinas que dejé a un lado de la puerta, para meter los pies en unas sandalias de tela para andar por la casa. Supuse que eran de Keigo. Mis pies se veían graciosos en un calzado con varias pulgadas extras.

—Muchas gracias —dijo adelantándose al centro del salón de estar—. Y siento mucho lo de las sandalias. Son muy grandes para tus pies —añadió risueño—. Desafortunadamente no tengo algo más que te quede. La verdad es que no acostumbro a recibir visita.

Sonreí sutilmente de medio lado. Ese comentario me había agradado.

—¿Ni siquiera tu novia? —Aproveché a preguntar. Me preocupé en lucir natural, risueña e inocente. No quería levantar sospechas de mis segundas intenciones.

CONCEDIDO ━━ [FINALIZADA] 《58》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora