Capítulo doce: Como una canción

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Los apasionados e intensos besos de Keigo me tenían delirando; pendiendo de un hilo de cordura que podía romperse en cualquier momento.

Debo reconocer que si bien era cierto y que a mí no me estorbaba mi virginidad, tampoco he de darme golpes de pecho diciendo que no deseaba que Keigo me hiciera suya.

Nunca me ha gustado jugar a la inocente, y tengo que admitir que en muchas ocasiones —aún antes de reencontrarme con Keigo—, lo había soñado de tantas maneras que acababa por despertar con el corazón acelerado y la respiración agitada.

Sí, me declaro culpable: tuve sueños húmedos con él.

Nunca me toqué en su nombre por mera vergüenza conmigo misma —pese a que no sé porqué fue así—, pero las ganas jamás me faltaron.

Ya que lo medito, quizá nunca exploré mi cuerpo (pensándolo a él) porque me sentía un poco pervertida. Creo que la manera en que mi madre me educó influía muchísimo incluso en mi vida privada cuando la puerta de mi habitación se cerraba.

Jamás deseé, pensé ni gusté de nadie más que de Keigo. Toda mi vida estuve enamorada de él, así que nunca me sentí tentada a nada con alguien más. Por otra parte, lo que sucedía en mis sueños no era algo que yo pudiese controlar, ¿verdad?

Pero en ese momento no estaba soñando. Keigo se hallaba sobre mí deslizando su suave tacto desde mis rodillas hasta mi cadera, internando los dedos por debajo del elástico lateral de mis bragas; y yo no podía hacer más que enloquecer pensando en lo que pasaría si llegase a quitarme dicha prenda.

Mientras me besaba como si deseara comerme la boca, Keigo se frotaba contra mi entrepierna (con sutileza) en el lugar correcto; esa dureza detrás de la cremallera ponía mi mente a trabajar mil años luz a lo que nunca había experimentado.

La sensación se tomó de la mano con mis alocadas emociones, que a su vez se mezclaron con cada especulación que me llenaba de incontables ansias y expectativas.

Lo deseaba como loca.

Tanta era mi inquietud primitiva que incluso podía sentir el abundante líquido expeliendo de mis entrañas; acumulándose en mis bragas.

Mi corazón por poco se detuvo cuando Keigo tiró de dicha prenda mientras me mordía el labio inferior.

Advertí una serie de pulsaciones que iban adquiriendo intensidad por segundos.

Ese día yo usaba un cárdigan blanco sobre un vestido negro de estampado floral, cuyos tonos predominantes en el patrón eran el fucsia, el rosa palo y una ligera cantidad de verde olivo. Llevaba el cabello alaciado y suelto. Calzaba bailarinas de charol en tonalidad carbón e iba sutilmente maquillada con acabados naturales.

Así que, enfatizando la parte relevante de mi atuendo; Keigo tenía fácil acceso a mi intimidad.

Él, por su parte, vestía de chaqueta de cuero al igual que sus botas de estilo militar con agujetas sueltas y holgadas. Usaba vaqueros algo ajustados y varios accesorios de metal en su muñeca y cuello. Todo era de color negro a excepción de su camiseta blanca de algodón.

Se me escapó un suave jadeo cuando se dejó de sutilezas y presionó su endurecido miembro viril contra mi nervio sensible que palpitó deseando un poco más.

—¡Lo siento! —murmuró Keigo, apartándose de mí repentinamente. Fue pronto en llevarse las manos a los bolsillos del vaquero negro.

Parecía algo inquieto y no era para menos. El momento tan intenso que compartimos se salió de control después de que me recostó en el sofá.

No era solamente él; mi corazón iba a cien por hora. Mis hormonas estaban irremediablemente disparadas, y mi zona baja se había derretido.

—No —contrapuse agitada mientras me sentaba acomodándome el cabello—. No tienes porqué disculparte.

CONCEDIDO ━━ [FINALIZADA] 《58》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora