Capítulo quince: Concedido

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El dolor de cabeza era insoportable, y ni siquiera deseo recordar el mareo, pero todo fue mandado al demonio cuando miré a Keigo saliendo de la ducha de un sitio que hasta el momento yo desconocía.

Se secaba el cabello con una toalla blanca, y mantenía sus partes interesantes cubiertas con otra.

Nunca lo había visto sin camisa. Hasta entonces solo me había permitido especular acerca de un remarcado abdomen y unos oblicuos ridículamente perfectos. Sus pectorales y sus brazos... me robaron el aliento.

Y, me sentí estúpida cuando miré la ligera sonrisa engreída que él enmarcaba...

—¿Te gusta lo que ves?

Chasqueé la lengua apartando la mirada. 

Apenas me daba cuenta de que me encontraba en la habitación de Keigo. Fruncí el ceño fulminándolo con la mirada.

—¿Por qué me has traído a Japón?

—Porque así no huirás de mí y escucharás todo lo que tengo que decir.

—¿Y si no quiero?

—Entonces, buena suerte cogiendo vuelo internacional sin un pasaporte que usar.

Fruncí los labios. No podía estar más enfadada por mi actitud infantil. Me estaba comportando como toda una tonta y lo sabía. Pero, es que ahora que lo tenía tan cerca de mí, no lograba dejar de pensar en todo ese tiempo que parecía una eternidad de castigo eterno sin saber nada sobre él.

—Como sea —farfullé.

Me puse de pie dándome cuenta que estaba usando la camisa blanca manga larga que él llevaba puesta la noche anterior. También, supe que mantenía mi ropa interior en su sitio a excepción del sostén.

Ni siquiera se me ocurrió preguntarle lo obvio; él me había cambiado la ropa, desde luego.

Además, no quería que se me acercara; si mi aliento me causaba náuseas a mí... Me precisaba lavarme la boca y tomar una ducha que ayudara con mi malestar.

Me encerré en el baño donde predominaba el blanco y el dorado. Me metí a la ducha permitiendo que mi cuerpo se relajara. La resaca era de lo peor; e inclusive me temblaba la vista.

Cuando finalicé de ducharme, usé mi dedo para lavarme la boca con un poco de dentífrico. Sonreí mientras me miraba en el espejo alargado, no podía parar de pensar en lo ordenado que era Keigo.

Después, me puse a pensar en aquellas palabras que le había dicho hacía más de un año atrás, acerca de quererlo siempre cerca, aunque fuese como amigo. Suspiré tras escupir la espuma mentolada en el lavabo. Era hora de dejar de ser una idiota. Así que me puse mi ropa interior y la camisa de Keigo nuevamente, y salí del baño con una toalla en la cabeza.

Él se hallaba en la orilla de la cama, sentado. Solamente usaba unos pantalones de chándal de color negro y una camisa blanca sin mangas.

—Te he traído una aspirina —dijo, ofreciéndome un vaso con agua y el mencionado analgésico.

—Gracias —respondí con algo de seriedad.

Me había comportado como una tonta y ya no tenía idea de cómo actuar.

Me tomé la pastilla. Rápidamente sentí como si fuese a vomitar el agua.

—No sabía que te embriagaras —comentó sonriendo, mientras me sentaba a su lado en la orilla de la cama.

—Yo tampoco —murmuré.

Compartimos una mirada de soslayo antes de reír por lo bajo.

—Echaba de menos escuchar ese sonido —declaró.

CONCEDIDO ━━ [FINALIZADA] 《58》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora