Seven

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                                    Seven✴️

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                                    Seven✴️

A las ocho en punto llegué a la casa de Gangnam    tras una rápida visita al centro comercial para comprar. Durante la comida con mi madre, me había decidido por cocinar una lasaña. No parecía complejo y, dadas mis pocas dotes culinarias, debía empezar por lo más fácil primero.

Dejé todo en la cocina, abrí las puertas correderas y alguna ventana para que se fuera el olor a cerrado y dejé el vino en la nevera. Tenía pasta que dejar en remojo, carne picada que preparar, verduras que cortar y una lavativa que hacerme; esta vez, con la esperanza de que sirviera para algo. No era un proceso divertido si después no le sacabas partido.

Como la primera vez, ya salí del baño sin ropa y recién duchado, tan limpio por dentro como por fuera. Me puse el delantal y terminé de montar aquel extraño pastel de carne y pasta italiano. Entonces lo cubrí de queso rayado y lo metí en el horno.

Ya que la idea no era que yo cenara con el capo, me había traído mi propia ensalada, que comí distraídamente mirando la televisión plana del salón. A las nueve y cinco, apareció Mr. Mafia en la cocina, entrando directamente desde el jardín.

Llevaba una camisa color crema, unos pantalones café y las gafas Rayban negras.

—Buonasera, il mio capo —le saludé con una sonrisa.

Él asintió y cruzó hacia la isla para sentarse en el taburete. Allí se quitó las gafas y esperó a que le sirviera el vino.

—O'Porto, 1976 —le dije.

Mr. Mafia lo olío, le dio vueltas y lo probo.

—Bravissimo —murmuró.

Saqué la lasaña del horno y se la puse delante, sirviéndole un buen trozo antes de entregarle el tenedor y quitarme el mandil. El capo señaló el suelo a su lado y, como un perrito obediente, allí me senté de rodillas mientras él comía.

¿Qué pensaban los sumisos cuando estaban esperando? Pues la verdad es que nada en especial. A veces me distraía con tonterías del trabajo, a veces pensaba en algo que tuviera que hacer o con planes, a veces simplemente me quedaba mirando al capo y disfrutaba de lo guapo que era.

Esa noche, Mr. Mafia me pidió que le rellenara la copa dos veces más y, tras terminar con el plato, que le hiciera un café. Ya había comprado la cafetera italiana y había visto el vídeo, así que le hice algo parecido al café que le gustaba. Se lo serví en una taza pequeña y el lo miró, lo olió y lo probó, al igual que con el vino; solo que en esta ocasión chasqueó un poco la lengua y no pareció tan complacido.

Con la taza en la mano, me señaló la salida hacia el jardín y le acompañé en silencio hacia uno de los muebles que allí había, rodeando una mesa baja de cristal, con techumbre de parras y al lado de la chimenea de piedra. Cuando se sentó, abrió las piernas como a él le gustaba y fue en busca de la cajetilla de tabaco, la cual me tiró.

Grazie, Amore.(Jikook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora