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¿Cómo soy yo cuando me enfado? Pues... como cualquier otra persona: rencoroso, insoportable y todo un cabrón. 

Nada más descubrir lo que Jimin realmente pensaba sobre mi amor o la forma en la que le quería; las cosas cambiaron por completo. Y con eso me refiero a que no respondí ninguna llamada, ni ningún mensaje, ni ninguna nota de voz; tampoco fui a Gangnam al terminar el trabajo, sino que fui directo a mi casa de Yongsan y me abrí una botella de whisky. 

Habían pasado siete horas y el Capo seguía intentando llamarme cada diez minutos, y cada una de esas llamadas alimentaba más y más mi necesidad de venganza y mi ya desmesurado ego. 

Si se esforzaba tanto era porque sabía que yo tenía razón. 

Esta vez la había cagado pero bien. 

El plan era sencillo: si quería volver, más valía que se arrastrara por todo Seul, de este a oeste y de norte a sur, rogándome de rodillas y con lágrimas en los ojos. Porque después de todo lo que había hecho por él y todo lo que le había dado, no me merecía menos. 

Esa misma noche apareció en Yongsan, estuvo timbrando durante casi cinco minutos seguidos y cuando al fin me digné a salir por la puerta, me dijo: 

—Cuccolino... Mi scusi, per favore. Sono stato uno sciocco. Mi dispiace, cucciolo. Ho paura solo perché ti amo troppo... 

Capo había venido con todo el arsenal preparado: ese empalagoso encanto italiano, su voz sensual y grave, ese tono íntimo y dulce que siempre usaba cuando quería que le perdonara, una expresión triste y preocupada en su rostro perfecto, esos gestos afligidos y profundos de mano en el pecho y movimientos de muñeca... Pero nada de eso funcionó. No en esa ocasión. 

—Deja de timbrar o llamo a la puta policía, Jimin —respondí. Tono seco, expresión seria, acento de busan y gesto cortante de mano. 

—Aspetta un momento, per favore, amore mio... Solo quiero hablar y pedirte perdón. 

Me detuve en seco en el umbral de la puerta y fruncí el ceño. 

—¿Qué me dijiste aquella vez que yo fui a disculparme a tu casa...? Ah, sí —le miré—. No hay nada de lo que hablar —y di un fuerte portazo. 

Agh... la venganza era algo delicioso, aunque, en aquel momento, tuvo un regusto amargo en mis labios. Ver al Capo desesperado, preocupado y luchando por mi perdón, me sentó bien; pero, por otra parte, sus palabras me habían dolido demasiado como para olvidarlas tan pronto. 

Podía aceptar que los demás creyeran que yo era un niñato caprichoso de Seuo, pero estaba seguro de que il mio Capo me conocía lo suficiente para saber que eso no era verdad. Al menos, eso creía. 

A la mañana siguiente me desperté malhumorado. Era uno de esos extraños días en los que el cielo de Seuo estaba cubierto de nubes de lluvia y el aire estaba más frío de lo normal. Con un jersey fino de Tommy sobre mi camisa, fui a trabajar con la misma cara que llevaría un asesino en serie a punto de cometer un crimen. Entre en la oficina como un tornado, solté un saludo breve a Lisa y me metí en el despacho; o lo que se suponía que había sido mi despacho. 

—¿Qué coño es esto? —le pregunté a Lisa, retrocediendo para señalarle aquel... esperpento. 

Ella me miró y sonrió. Se había levantado con la agenda del día y se había acercado lo suficiente para disfrutar de mi sorpresa y mi reacción de cerca. 

—Pues al parecer alguien con una polla de caballo quiere pedirte perdón al más puro estilo coreano —me dijo, entreabriendo más la puerta de lo que ahora parecía un jodido jardín botánico, repleto de flores, plantas y ramos—. ¿No hueles eso? —tomó una buena bocanada de aire y suspiró—. Apesta a desesperación... 

Grazie, Amore.(Jikook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora