31

892 143 21
                                    

Me desperté cuando oí el ruido del timbre de la casa. Alguien lo estaba pulsando una y otra vez sin parar. Con una levísima resaca y la boca seca, me levanté de la cama y bajé la piso inferior como si estuviera a punto de matar a alguien. Entonces miré la pantalla del telefonillo y me quedé helado.

—¿Qué...? —jadeé.

Me quedé unos segundos parado, en shock, antes de que el timbre volviera a resonar una y otra vez. Parpadeé y le di al botón de apertura antes de salir por el pasillo, a buen paso, para abrir la puerta.

El Capo cruzó el camino del jardín frontal, pero se detuvo al verme en ropa interior. Me miró de arriba abajo y su expresión seria se volvió algo más enfadada.

—¿Así es cómo le abres la puerta a todos? —quiso saber.

Arqueé las cejas y bajé la mirada, al darme cuenta de a qué se refería.

—Te vi en la pantalla del telefonillo —le expliqué—. Sabía que eras tú.

El Capo miró a un lado, se caló mejor su gorra con el logo desgastado de Puzzio's Pizza y, después, cruzó sus enormes brazos que la tela de la vieja camiseta casi era incapaz de contener.

—Vístete, voy a llevarte a desayunar —me dijo, casi como si no quisiera que le oyera.

—Oh... —tardé tanto en reaccionar que, finalmente, no le quedó otra que mirarme y ladear el rostro—. ¡Oh! ¡Claro! Perdona, es que todavía estoy... sorprendido de verte aquí. Ven, pasa, te haré un café mientras esperas a que me vista.

—No, te espero aquí. Date prisa.

—Capo, no pasa nada. Afuera hace calor, entra en casa y...

—He dicho que no Jungkook.

Me quedé un momento en silencio hasta que terminé por asentir. Las cosas eran complicadas y el Capo necesitaba su espacio; tal y como había dicho su madre. De todas formas, dejé la puerta entreabierta y me di prisa por vestirme. Mi mente era un tornado de preguntas, ¿qué hacía aquí? ¿Por qué había venido? ¿Algo había cambiado?

Volví junto a él en tiempo récord, con mi camisa de Armani a medio abotonar, el pelo revuelto, unas gafas de cristal amarillo y unos pantalones cortos.

—Ya estoy —anuncié, cerrando la puerta a mis espaldas.

Capo se giró un momento para verme por el borde de los ojos. Seguía pareciendo más enfadado que serio, pero no hizo ningún comentario al respecto, solo me hizo una señal con la cabeza a sus espaldas y empezó a caminar de vuelta a la carretera.

Allí, aparcado a un lado, había un viejo Ford de pintura desgastada. Parecía tan usado que hasta sorprendía pensar que hubiera conseguido ascender las sinuosas carreteras de la colina sin romperse. El Capo sacó un llavero y metió una llave en la cerradura del lado del conductor; ahí fue cuando negué con la cabeza.

—No me vas a llevar en esa lata de sardinas con motor —le aseguré.

Jimin se giró entonces, alzó la cabeza y, por primera vez, sonrió. Aunque, como siempre desde que había descubierto su secreto, fue una de esas sonrisas retorcidas y oscuras.

—No te importa que sea pobre... eso dijiste, vero, Jungkook? Pues te voy a llevar en mi coche de pobre a una cafetería de pobre a desayunar comida de pobre. Seguro que eso te encanta...

—No —negué—. No vas a volver a dejarme tirado en un local de mierda que apesta a grasa. Vas a llevarme en el Masseratti a una buena cafetería de Gangnam, de esas carísimas y con una carta de diez páginas solo para los batidos détox.

Grazie, Amore.(Jikook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora