Miraba a través del cristal sucio de la pizzería y pensaba en todo y en nada al mismo tiempo.
El local era viejo, pero, al menos, parecía limpio. El suelo era un mosaico de baldosas blancas y rojas, las mesas eran de los años sesenta, como los servilleteros, los botes de las salsas y los anuncios desteñidos que colgaban de las paredes agrietadas.
Puzzio's Pizza, Florence Av, Seul, Corea. Entre un Motel de mala muerte y un servicio de lavado exprés de coches. Según los informes y las cuentas bancarias, apenas hacían dinero suficiente para mantener el negocio a flote.
Había un solo hombre en el interior, de espalda ancha y ajustada contra una camisa blanca y algo rasgada en los bordes. El Capo, o Park Jimin, como se llamaba de verdad, estaba detrás de la barra, con su gorra calada en la cabeza y la mirada perdida en una vieja televisión que colgaba de una esquina del techo.
Yo había vuelto de Nueva York aquella misma noche y había ido directo a ese lugar perdido al sur de Seul, porque necesitaba mirarlo con mis propios ojos. Necesitaba comprobar que todo lo que había leído sobre il mio Capo era cierto, porque una parte de mí se negaba a creerlo.
Me había hecho una idea tan firme de él, que ahora resultaba difícil cambiarla.
Yo estaba seguro de que el Capo tenía mujer e hijos.
Pero Park Jimin no estaba casado, ni nunca lo había estado.
Yo estaba seguro de que el Capo era mayor que yo, posiblemente treinta y pocos.
Pero Park Jimin tenía solo veintidós años.
Yo estaba seguro de que el Capo era un hombre instruido.
Pero Park Jimin había abandonado el instituto a los dieciséis y no se había sacado ni el graduado escolar.
Yo estaba seguro de que el Capo dedicaba más tiempo a asuntos privados de lo que siempre me decía.
Pero Park Jimin trabajaba setenta horas a la semana en un negocio familiar al borde de la ruina. Y cuando no estaba allí, estaba en misa, con su madre (Minha Park), su hermana (Park Ashley ), o en mi casa.
Yo estaba seguro de que el Capo era italiano y coreano.
Pero había nacido en Corea.
Yo estaba seguro de que el Capo no me amaba.
Pero Park Jimin tenía el móvil repleto de imágenes nuestras, una carpeta titulada «Mi Cucciolo» y kilómetros de conversaciones con su familia en las que me nombraba y me llamaba «su ragazzo».
Tomé una respiración del aire cálido de la noche y di un par de pasos en dirección a la entrada. Cuando abrí la puerta, se oyó una campanita y Park Jimin, ese hombre al que no conocía, se giró hacia mí.
Cuando me vio, sus ojos se agrandaron, sus labios se quedaron helados en mitad de una frase y su respiración se cortó en seco.
—Hola, amore —murmuré tras un breve silencio, y fue como si mi susurro llenara todo aquel local que olía a grasa, queso fundido y condimentos.
—Kookie... —jadeó él—. ¿Qué...?
Pero no pudo terminar, solo negó con la cabeza.
Di un paso al interior y cerré la puerta, sumergiéndonos de nuevo en un denso silencio. No paraba de mirar sus ojos claros bajo su gorra vieja y gastada. En el avión había planeado mil veces aquella conversación en mi cabeza, pero ahora que estaba allí, no se me ocurría nada que decirle.
—Acabo de volver de Nueva York —murmuré entonces, metiéndome las manos en los bolsillos del pantalón antes de encogerme de hombros—. Y pensé en pasarme por aquí. Ya sabes... a ver a il mio Capo.
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Grazie, Amore.(Jikook)
Fiksi PenggemarQué se le dije a tu guapísimo y tóxico amo Italiano cuando acaba de follarte contra la pared, atado de pies y manos y con un bozal en la boca? Grazie, amore... Eso se le dice. Adaptación Autorizada. Advertencias Dentro (◕દ◕)