Ten

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Había leído sobre ello, pero nunca me había imaginado que lo viviría. Ese momento en el que los sumisos quedaban tan afectados por la sesión que necesitaban un tiempo para recuperarse, para volver a ser personas tras una experiencia que, muchos, considerarían hasta traumática.

Para mí lo fue.

Mr. Mafia me había dejado en un estado mental muy bajo, me había hecho llorar y dudar de mí mismo y después me había follado a placer, inmovilizado y con la cara pegada al suelo. Fue sexo duro, frío, egoísta y violento. Solo por su completo y único placer. Cuando se cansó de hacérmelo a cuatro patas y azotarme el culo, se derrumbó sobre mí y continúo insultándome en italiano al oído. Llamándome «porca», «puttana», «troia» y todo lo que se le ocurría hasta que, en mitad de aquel estado de excitación febril, se corrió con un buen gruñido que debió oírse por toda la casa.

Al terminar, se quedó donde estaba, sobre mí, sudado y jadeándome en la oreja. Un rato después, al fin se levantó, la sacó de dentro y me desató las muñecas. Yo me quedé donde estaba, incapaz de moverme o dejar de mirar la pared. Él no dijo nada, simplemente se fue camino al baño y cerró la puerta, dejando al fin solo.

No pensé especialmente en nada; ni en el leve dolor de mi ano, ni en mis piernas entumecidas, ni en mis rodillas peladas por la fricción contra la alfombra, ni en todo lo que había llorado y gemido.

No pensé en nada en especial de lo que acababa de suceder en aquella habitación.

No estaba alegre, ni complacido; pero tampoco estaba asqueado o enfadado. Después de todo, yo había podido pararlo. Solo una palabra y todo hubiera terminado, pero esa palabra no brotó de mis labios. Simplemente dejé que Mr. Mafia continuara follándome y usándome hasta el final. ¿Por qué? No lo sabía. Ese era el problema. No lo sabía.

En algún momento, il mio capo volvió del baño. Se había duchado y su piel estaba perlada de gotas recientes. Le vi acercarse, desnudo, a donde yo todavía yacía en el suelo, incapaz de moverme y mirar la pared. Se agachó y de una forma extrañamente dulce, me acarició el rostro con un dedo húmedo y tibio.

—Tutto bene, porcellino? —susurró con algo que me pareció preocupación.

—No lo sé —conseguí decir, aunque mi voz sonó vacía y sin vida.

Él me rodeó el hombro, pero no como antes, cuando sus manos eran garras que me herían y me apresaban como furiosos grilletes; ahora eran las manos de un amante, de un padre y un amigo. Me dio una caricia y suave y, con una bocanada de aire y un suspiró, murmuró:

—Lascia che ti aiuti, cuccolino...  

Entonces me movió y, con sumo cuidado, me cogió en brazos para levantarme y llevarme a la cama. Allí me abrió las mantas y me arropó con cariño antes de darme un solitario y húmedo beso en la frente.

Grazie, Amore.(Jikook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora