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Al terminar, fuimos a su casa y echamos un polvo bastante salvaje en la cama. No es que el Capo fuera violento conmigo, sino más bien que tenía mucha frustración que descargar con gruñidos, un incesante movimiento de cadera y varias de sus posturas favoritas. Cuando se corrió, casi pude sentir como la energía abandonaba su cuerpo, como si se evaporara junto con el sudor que empapaba su piel. 

Se derrumbó sobre mí y se quedó así un buen rato, recuperando el aliento antes de quitarse de encima y atraerme con cariño. 

—Tú te...

—Sí, un poco antes que tú —respondí, acomodando la nuca en su hombro y soltando un suspiro de pura felicidad. 

—Bene. 

Entonces, en esa calma y silencio tras el sexo, retomó el tema una última vez; pero, en esta ocasión, con un enfoque diferente. 

—Cucciolo... sin Carlo para ayudarme, voy a tener que trabajar más horas. Como antes... No creo que podamos vernos todos los fines de semana —me dijo en voz baja mientras me acariciaba el pecho sudado. 

—Oh, eso es nuevo —respondí, entreabriendo los ojos para mirar el techo. 

—Sí. Es una de las razones por las que me he enfadado tanto con él. Pero no puedo dejar el negocio, ¿entiendes? 

—Claro, Capo —afirmé, haciéndome mis propias teorías conspiranoicas de si todo aquello era cierto o no. 

Había visto el mensaje de Carlo, un mensaje que Mr. Mafia era imposible que hubiera planeado que yo viera, así que tenía que ser cierto. Junto con la evidente referencia a que el Capo se aprovechaba de mí y mi dinero, había un par de mensaje que sí le hacían parecer la persona insoportable e inmadura de la que Mr. Mafia se quejaba tanto. 

Pero, por otra parte, quizá aprovechara un evento real —como hizo con el incendio—, para sacar un beneficio personal. Habían pasado casi tres meses tras la mudanza y estaba más que claro que su mujer y sus hijos no iban a vivir allí jamás. Aunque eso no quería decir que su mujer no se estuviera hartando de que su marido desapareciera los fines de semana y nunca durmiera en casa... 

—Tendremos que vernos en momentos libres entre semana o quizá algún domingo —continuó diciendo mientras me abrazaba y pegaba su rostro al mío, como si tratara de consolarme—. Lo siento, cucciolo... De verdad. 

—No pasa nada, Capo, así son las cosas —respondí, levantando una mano para acariciarle el rostro y consolarle.

—¿No hay una frase del Torá que pueda ayudarme? —me preguntó.

—Sí. Hay una historia en que dice así: «Y bajaron los saenitas de la montaña, mayores y pequeños, hombres y mujeres, arrastrando con ellos tiendas y animales. Cuando llegaron al valle, Dios envió un ángel y este bajó del cielo. Iluminó sus rostros llenos de tierra y sudor y les dijo: Si alguna vez vuestro ragazzo se marcha mucho tiempo, debe mandaros fotopollas y videos guarros para que no muráis de hambre...».

Mr. Mafia se quedó un par de segundos en silencio y, entonces, empezó a reírse. Su pecho se movió de arriba abajo contra mi espalda y su voz resonó en la penumbra de la habitación. Cuando terminó, me dio un beso en la mejilla y dijo:

—Solo tu mi fai ridere così, Kookie... 

Después, me abrazó y apoyó su cabeza contra la mía. Creí que daríamos la charla por terminada y nos dormiríamos, pero resultó que aún tenía algo que decir en voz baja:

—Me siento estúpido, pero todavía me preocupo por Carlo. Sé que no se lo merece, pero es de la familia... Ahora tiene a esta chica y un hijo a punto de nacer. Si deja el trabajo, ¿qué va a hacer? Solo tiene dos años de universidad y jamás a hecho nada más que salir de fiesta e ir al gimnasio. Aun por encima se cree demasiado bueno para un empleo que no sea de oficina... ¿Cómo va a sacar una familia adelante con esa actitud?

—¿Quieres que le busque un trabajo? —le pregunté, a lo cual siguió un breve y profundo silencio. 

Noté cómo Mr. Mafia giraba el rostro y me miraba en mitad de la oscuridad.

—¿En serio?

—Sí —me encogí de hombros—. No sería nada complicado buscarle un sitio en la productora. Siempre hace falta mano de obra para mover cosas, cargar y descargar... aunque si dices que solo le interesan trabajos de oficina, también puedo meterlo en una de las sucursales, o incluso hacer una llamada y pedirle a un amigo que le contrate en una empresa. No creo que al señor Goldenberg le importara buscarle un lugar en el banco, si lo prefieres. 

El Capo volvió a quedarse un momento en silencio.

—El banco... suena genial. Carlo se pondrá insoportable, pero creo que tendría un sueldo aceptable para mantener a su familia. 

—Sí, bueno, el sueldo será normal, supongo. Algo administrativo muy básico y simple. Tampoco es que vaya a poner a tu primo el borracho de gimnasio que no controla su cazzo en primera fila del banco, como entenderás. 

El Capo volvió a reírse por lo bajo y asintió, rozando la barba espesa contra mi sien. 

—Claro, cucciolo. Lo que sea, de verdad. La familia estará muy agradecida.

—Sí, hablando de eso, Capo... —añadí con un tono más serio—. Necesito que me prometas que no pasará nada turbio con tu primo. Y me refiero a la mafia. Sería una vergüenza si pido este favor y se os ocurre utilizarlo para algún negocio turbio. Capisci di cosa sto parlando?

EL Capo, una vez más, se quedó un par de segundos en silencio. Acercó sus labios a mi sien y me dio un suave beso. 

—Cucciolo... yo no trabajo en la mafia.

Esa vez el que se quedó parado y sin hablar, fui yo. 

—¿Qué? Pero si me dijiste que... 

—No, Kookie. Yo no te dije que fuera de la mafia, eso es algo que asumiste tú. 

—No, no, no... Yo lo asumí... y tú nunca me corregiste al respecto. Así que lo afirmaste por omisión. Además, no parabas de hablar de ese «padrino» al que le pedías permiso para todo.

No dijo nada. 

—Vale, de acuerdo, entonces, ¿de qué trabajas, Capo? —una de las preguntas del millón, una que, después de aquella revelación, me había ganado saber. 

—Soy empresario, me dedico a la restauración y el sector servicios. 

Mentía, mentía como un cerdo porque yo sabía dónde había vivido acinado con su familia antes de estar en mi casa de Gangnam. Era imposible que el Capo tuviera tantos negocios como les había dicho a mis padres; pero eso abría otra interrogante. ¿Por qué quería corregir su mentira inicial? ¿Qué había cambiado?

—Vale —murmuré sin más, escondiendo la revolución que era mi mente en aquel momento. 

El Capo se volvió entonces, quedándose de lado para mirarme el rostro y abrazarme.

—Cosa sucede, cucciolo? ¿Ya no quieres tanto a il tuo Capo al saber que no es un mafioso?

Giré el rostro y vi sus ojos sumergidos en la suave penumbra de la habitación. Incluso así, eran ligeramente más claros que todo lo demás.

—Capo, ¿tú me querrías menos si yo no fuera productor de cine?

Él se tomó uno de esos silencios que se alargaban demasiado en el tiempo, hasta que casi estabas seguro de que no iba a responder; y entonces susurró:

—Tú eres il mio cucciolo, kookie. No hay forma de que te quiera menos.

Grazie, Amore.(Jikook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora