Cinco reinos están al borde del caos.
Hasan y Farnese descubrirán que las sombras esconden un peligroso secreto que podría desmoronar los cimientos de su mundo. Mientras la traición y la manipulación desgarran familias y desafían leyes, el amor pro...
La puerta crujió y Hanissa sintió un nudo en el estómago, tan fuerte que se quedó sin aliento. El golpeteo de la pierna de palo contra el suelo de piedra y el hedor que el hombre expedía, bastaron para que toda su piel se erizara.
—No te quedes ahí parada como idiota —dijo el comandante mirándola de forma burlona—, date la vuelta.
Su voz cargada de lujuria y maldad le provocó náuseas a Hanissa. No se movió, su cuerpo no fue capaz de responder. Estaba aterrada.
Quería gritar, salir corriendo, pero sabía que no era posible. Todo era inevitable.
—¿Estás sorda o intentas desafiarme? —Mesey la jaló del brazo con extrema brusquedad.
Hanissa cerró los ojos y soltó un jadeo al ser girada con rudeza. Movida como si fuese una muñeca de trapo. Se estampó contra unos costales cargados de maíz, resintiendo el golpe en el abdomen.
Sintió que le frotaban la espalda, como si fuera una especie de acto retorcido que simulaba una caricia.
—Así estás bien, no hace falta mirarte a la cara —dijo el comandante—. Eres una sucia norteña, una perra callejera. Ni siquiera mereces ser llamada princesa, eres igual de indigna que cualquier ramera a la que me haya cogido.
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Su mano áspera desgarró la parte superior de su vestido con un solo tirón, dejándola expuesta. Se estremeció al sentir su pecho desnudo rozado por el aire y el toque de unos dedos bajando con lentitud por su espada la hizo contener la respiración. Estaba jugando con ella y aparentando delicadeza.
—Sabes lo que va a pasar, ¿verdad? —preguntó el hombre.
Hanissa apretó los ojos y se aferró a la tela mugrienta de los costales. No pudo responder.
—Habla —insistió Mesey con enfado por su silencio—. ¡Dime que lo sabes!
De nuevo no obtuvo ni una sola palabra.
—Bien, es mejor que permanezcas callada. Después de todo es parte de tu lugar como mujer. O más bien, como la maldita cosa que eres.
Se colocó tras ella y se quitó el faldellín con tiras de cuero, después subió la túnica ligera de lino que se ceñía con un cinturón en la cintura y que los aukanos la conocían como chitón. Después sacó su miembro y se dedicó a endurecerlo.
Hanissa contuvo una arcada al escucharlo gemir mientras se frotaba contra la falda de su vestido.
Minutos después le fue retirado lo último de su vestimenta.
«No puedo, no puedo», pensó llena de terror al sentir algo duro y resbaladizo cerca de su entrada. Su cuerpo comenzó a temblar con violencia y sus palmas se cubrieron de sudor.