Capítulo 70: Sin retorno

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Perspectiva general.

Sentaria, Aukan.

1104 d.c.

El enorme templo dedicado a Liveztacn, con sus enormes paredes de piedra y suelo de mármol, albergaba en su interior al par de amantes y a los testigos de su unión clandestina. Las velas que marcaron el camino hacia el arco brindaron un calor y una fragancia que acentuaba la solemnidad de lo que se llevaría acabo.

Según la tradición aukana, el repique de las campanas anunciaba buenas noticias, se encargaba de proclamar que un hombre y una mujer estaban a punto de contraer nupcias, por lo que un par de servidores las hacían sonar sin cesar antes de que iniciara la ceremonia.

Li sabía que no podía darse el lujo de hacerlo y se lamentó no poder darle a Fargo una boda como se merecía, junto a sus seres queridos y ante la presencia de cientos de testigos. Sin embargo, tampoco deseaba que el mundo perturbara y manchara el momento más importante de su vida. Bastaba con el sacerdote, sus testigos y los músicos que amenizarían el festejo.

Esperó ansioso la llegada de su amada, que minutos después apareció en la entrada del salón de culto

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Esperó ansioso la llegada de su amada, que minutos después apareció en la entrada del salón de culto. No pudo evitar que su boca se abriera ligeramente. Se veía preciosa e impresionante. Su rostro blanco mostro un leve rubor y en sus labios rojos y perfectos se dibujó una sonrisa.

El cabello le caía por en la espalda como una cascada y sobre su cabeza llevaba una tiara de rosas rojas. El rojo era el color distintivo de su casa, lo estaba honrando al portarlo. De inmediato sus temores y dudas se aplacaron y no pudo hacer más que contemplarla, fascinándose una y otra vez por su apariencia celestial.

Fargo tragó saliva y apretó el brazo de Artemis. Estaba a punto de encaminarse a una nueva vida.

—Pequeña flor —susurró él—. ¿Estás lista?

—Sí —respondió y respiró hondo. Clavó sus ojos en Li y se estremeció por la emoción. No sabía si quería reír o llorar. Él estaba ahí, esperándola, y se veía maravilloso con su traje tradicional. Su sonrisa y su mirada llena de amor y convicción lograron hacer que su respiración se entrecortara.

—Vamos.

Avanzaron junto con una elegante melodía ceremonial. En cada paso, la fuerza de su agarre se incrementó.

—Oye —dijo Artemis—. Te adoro, pero si sigues así harás que pierda el brazo.

—Lo siento Mus.

—Aun estamos a tiempo de salir corriendo de aquí, yo puedo cargarte.

—¿Es así? —pregunto Fargo siguiéndole el juego—, ¿y a donde iríamos?

—Te llevaría con mi hermano, con él podrías tener mas de lo que podrás tener con el Ikal.

Fargo rio con nerviosismo, sin embargo, por un momento algo paso por su mente, algo que era casi imposible y que hizo replantearse todo, quiso preguntar la razón del comentario, pero Artemis se adelantó al ver que ella no respondió rápido.

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