Taylor Swift - Look What You Made Me Do (1:35 – 2:27)
Mi teléfono suena y a regañadientes, tal vez por el alcohol que he bebido a pesar de la hora que es, atiendo la llamada.
—Madre, ¿no puedes dormir? Es raro que tú estés despierta tan temprano. Diría que me sorprende, pero como dice la biblia, no hay paz para los malos.
Dejo el vaso vacío sobre la cómoda y descanso mi cuerpo contra ella.
—Veo que aún conservas ese peculiar sentido del humor lleno de sarcasmo, querida Rhea. ¿No te he dicho que solo las personas de bajo intelecto utilizan el sarcasmo como herramienta? Y tú eres mucho mejor que eso, hija o al menos puedes intentar serlo.
Hay casi un toque burlón en sus palabras, no me lo tomo personal porque es algo característico de ella. Lo utiliza como arma para menospreciar a los demás.
—Siempre es tan agradable hablar contigo, madre, es la dosis justa de dulzura que necesito en mi vida. El rayo de sol que ilumina mi día gris. Pero, dime, ¿a qué debo el gran honor de recibir tu llamada? Espera, no me digas, ¿a Patrick le van a dar más años de cárcel?
—¿Cómo puedes bromear con algo así? Eres tan desconsiderada. Tu hermano podría morir en prisión y sabes lo terrible que sería eso para nuestra imagen. ¿No te preocupa?
—No. Pero me aseguraré de decir algo bueno en su funeral, porque incluso así no esté invitada, no me pienso perder ese evento.
—No creo que alguien de esta familia este invitado al funeral de Patrick. Porque vaya que ustedes son rencorosos. Deberían intentar dejar sus diferencias a un lado.
Pongo los ojos en blanco y cambio el teléfono a mi otra oreja.
—¡Él trató de matarte mamá! Perdón si no tengo ganas de perdonar su intento de asesinato.
—Bueno, tú también intentaste asesinarlo a él, pero son cosas que se deben dejar en el pasado —dice y puedo imaginar el gesto de su mano para restarle importancia a la situación—. Son solo peleas de hermanos, las hay en todas las familias.
—Te equivocas, ese tipo de peleas solo suceden en la familia de homicidas ególatras.
Bebo lo que queda en mi vaso y lo vuelvo a dejar donde estaba.
—¿Para qué me estás llamando, madre?
—Para invitarte a cenar mañana, a las siete. No llegues tarde, mi querida Rhea.
Antes que yo pueda responderle algo, ella termina la llamada y yo maldigo en mi mente, sabiendo que, si no asisto a esa cena, ella vendrá a buscarme y eso es lo último que quiero.
Me termino de arreglar para poder empezar con mi día.
—¡Es usted un monstruo! —me saluda la señora Rivas como todos los días.
Esa mujer debería conseguir un oficio o un nuevo esposo ya que extraña tanto al anterior.
—¡Algún día va a pagar por todo el daño que ha hecho! Los malos nunca ganan.
Debo hacer un esfuerzo para evitar sonreír ante sus últimas palabras porque ella, de nuevo, se equivoca. En el único lugar donde los malos no ganan son en las películas, libros y series, porque en la vida real, los malos son los únicos ganadores. ¿No lo han notado todavía? Cómo los malos siempre logran salir impunes, cómo tienen el control del mundo y masas, sin consecuencias duraderas, sin problemas que el dinero y su poder no puedan solucionar.
Son justamente ellos quienes escriben la historia.
Es duro de reconocerlo, pero es la realidad. Queremos y esperamos que sea de una forma diferente, pero no lo es. Los malos ganan y los buenos sufren las consecuencias. Y el mundo sigue girando.
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La última gran dinastía Americana.
RomanceRhea lo odia porque él es un agente federal cuyo trabajo es llevar a la familia de ella a prisión, y Owen la odia porque ella es una abogada de cuello blanco que manipuló un caso y por la cual él perdió su trabajo. Entonces, ¿cómo ambos terminaron...