11. Abre los ojos, ya no estamos en Kansas

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The neighbourhood - Daddy issues (1:31 – 2:25)

Mi teléfono suena y lo ignoro, pero entonces vuelve a sonar y veo que es Michael, a pesar que le he dicho que no debe llamarme a menos que sea una emergencia y dudo que esto lo sea.

Se porque me está llamando.

—Dime.

—¿Qué estabas haciendo en ese vecindario, Rhea?

—Solo me llamas por mi nombre cuando estás enojado conmigo. O decepcionado. Asumo que debes sentir una mezcla de ambos.

Doy el último trago a mi bebida y entro en el apartamento, cerrando la puerta del balcón detrás de mí.

—Y sabes porque estaba ahí, fui a ver a Daniel. Claro, cómo era de esperarse, él no quería verme. Pero, ¿lo podemos culpar? El pobre hombre me amó como a nadie, me dio lo más cercano a una familia y, ¿qué hice yo? Le rompí el corazón, le mentí y le quité todo. Tan típico de mí. ¿Verdad?

—¿Te arrepientes?

Ni siquiera me detengo a pensar en mi respuesta porque sé muy bien cuál es.

—No. ¿Qué tan jodido es eso? Debería, pero simplemente no lo siento porque lo hice por mí familia, por ti. No siento nada y, me pregunto, ¿qué será de mi cuando vuelva a sentir? Tal vez y me termine enloqueciendo como Patrick. ¿No sería esa la cereza perfecta del pastel?

Michael inhala con fuerza al otro lado de la línea y lo escucho decir algunas órdenes.

—¿Dónde estás?

—Estoy bien. No haré ninguna estupidez, así que no te preocupes, no perderás a tu abogada que lidia con sus problemas y evita que los demás conozcan tu verdadero negocio.

No caeré en un coma etílico como aquella vez o estaré cerca de una sobredosis por mezclar mis pastillas como aquella otra ocasión, y mucho menos cortaré mis venas como hace años.

Estoy bien, solo un poco cansada, pero bien.

—Rhea...

—Dije que estoy bien y solo para que quede claro, si quiero ir a ver a Daniel iré a ver a Daniel. Lo que yo haga o deje de hacer, es solo asunto mío. Déjame en paz, al menos por esta noche, ¿crees que podrías dejarme tranquila? Porque no estoy de humor para ser la abogada del diablo ahora.

Termino la llamada y lanzo el teléfono contra el sofá.

Paso mi mano por mi cara y camino hasta la habitación para buscar algo y cuando lo encuentro regreso a la sala y pongo la película del mago de Oz, antes de acomodarme frente al sofá con una manta alrededor de mi cuerpo.

—Estoy bien. Tan bien como alguien como yo podría estar.

Está película siempre me hace pensar en mi familia.

Mis padres nunca se casaron, en realidad, creo que nunca tuvieron en sí una relación, mi padre había estado casado antes, se divorció de su esposa y un año después conoció a mi mamá. Tuvieron un corto romance y de ahí nací yo, lo suyo no duró porque mi madre estaba enfocada en sus objetivos y una relación era solo una distracción. Yo también lo era.

¿Vas a llorar? Será mejor que no lo hagas —me advertía cuando era solo una niña que no tenía más de cuatro años y aún no entendía como manejar mis emociones—. Me enojaré contigo si lloras porque no tengo tiempo para lidiar con tus berrinches.

Nunca me abrazó, tampoco me dijo alguna vez que me amaba. Creo que, en realidad, ella jamás me amó, ni siquiera un poco. Para ella, yo era una roca en su camino hacia la gloria. Pero me tuvo que tener ya que era la consigna de mi padre para seguir pasándole dinero. Mi madre solo me tuvo para que le siguiera llegando un cheque, mi padre, por el contrario, incluso aunque casi no lo veía, yo sabía que él me amaba.

La última gran dinastía Americana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora