24. Puntos ciegos y algunos juegos.

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Owen.

—¿Por qué me hizo venir hasta aquí, señor Baizen?

Sonríe, me recuerda un poco a la sonrisa que suele dar Rhea cuando sabe algo que podría destruir a la otra persona.

De cerca, es aún menos el parecido entre hermanos. Incluso con Arthur y Patrick, Rhea comparte ciertos rasgos, pero con Michael no. Michael, en realidad, no sé parece a ninguno de sus hermanos. Lo que me hace suponer que tal vez no será hijo del padre de Rhea, lo que tendría sentido ya que, toda su vida, hasta después de la muerte de su padre, Michael Baizen vivió lejos, en un internado en Gales. Dónde ni siquiera regresaba para las festividades o vacaciones.

Prácticamente fue exiliado.

—Se que tuvo sexo con Rhea —me dice, en voz baja y con un leve acento por los años que vivió en otro país—. Es muy típico de ella, no me sorprende. Está enojada conmigo y hace algo que sabe que me enojará aún más. La lastimé y ella me devuelve el favor.

Da vueltas por la amplia oficina y se detiene delante de su escritorio, con una sonrisa dormida y una mirada aguda que analiza mi reacción.

—Seguro lo hizo sentir especial compartiendo partes de ella, mostrando vulnerabilidad, siendo justo lo que usted necesitaba que ella sea. Déjeme ver, ¿acaso ella lo consoló en un mal momento? ¿Lo cuidó en una crisis? ¿Lo defendió? Es una forma de manipulación, señor West. Nada fue real —comenta con un desdén que se desprende de cada palabra—. Incluso el que ustedes hayan tenido sexo asumo que surgió de una situación "externa" y no de una propuesta directa. ¿Cómo lo hizo? ¿Fue una apuesta? Es una de sus tácticas favoritas, así parece que todo surgió por voluntad de la otra persona y no de ella. Rhea es buena en eso, en dirigir las situaciones hacia lo que ella quiere sin siquiera ensuciarse las manos, un rasgo heredado de los Baizen.

Yo no digo nada ante la mención del apellido y los ojos grisáceos se oscurecen de forma ligera ante la falta de reacción, pero es un cambio mínimo.

—Sabía que usted ya era consciente de que Rhea es una Baizen a pesar que ella no me ha dicho nada, porque verá, señor West, yo conozco muy bien a Rhea.

Hay algo más detrás de sus palabras, un trasfondo que él lanza a propósito.

—Bueno, es su hermano, es normal que la conozca.

—En realidad no lo somos. Ni siquiera medios hermanos.

Ahí va, otra similitud con Rhea, soltando verdades de gran importancia solo para que el otro muerda el anzuelo y caiga en la trampa. Porque aquí hay una trampa y una muy grande. De lo contrario, Michael Baizen no me hubiera traído hasta su oficina y me estaría diciendo todo aquello que ya sospechaba.

—No conocí a Rhea hasta que ella tenía trece años, solo a dos meses de que ella cumpla los catorce. La conocí después de la muerte de su padre, unas horas antes del funeral.

Golpetea sus dedos contra su escritorio de vidrio oscuro y su sonrisa crece, pero solo un poco. Parece un gesto hecho casi adrede.

A mí mente vienen las imágenes de aquel funeral y no recuerdo a Rhea entre los presentes, jamás le he preguntado si ella estuvo ahí, porque es un tema muy delicado dado que fue mi padre quien llevó al suyo a prisión. Pero si recuerdo a los hermanos Baizen de pie, delante de todos y con sus poses altivas y rostros inexpresivos. Parecían ajenos al dolor y sufrimiento que un hijo podría experimentar tras la muerte de un padre y yo asumí que se debía a qué no había sido bueno con ellos.

Yo amaba a mi padre —me dijo Rhea una noche—. No era una buena persona, pero yo lo amaba.

—Cuando mi padre se enteró que yo no era su hijo, me mandó lejos y se divorció de mi madre —empieza a decir con voz monótona, como si hablara del clima o cualquier otra cosa mundana—. Y cuando yo me enteré de la existencia de Rhea, la odié. Usted no tiene idea de cuánto odiaba a esa niña por la que mi padre movería cielo, mar y tierra si se lo pedía.

La última gran dinastía Americana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora