27. ¿Confiaste en mí? Te dije que no debías.

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Nunca debí traerte a esta gala —aquella frase se repite una y otra vez en mi mente.

Poco sabía yo, que eso es lo último que escucharía de Rhea, porque ella no regresó esa noche, alguien se acercó a mí a informarme que ella no podría acompañarme y que me pedía que disfrute la velada. Me fui al apartamento después de eso y la esperé, pero ella no regresó. Jay llegó un poco después de la media noche y me comentó que no la vio en ningún momento.

Ella solo desapareció. Sin dejar rastro. Sin un aviso previo.

Nada.

Intenté llamarla, pero ella simplemente deja que él teléfono suene y no atiende. Su último mensaje fue un pulgar hacia arriba en respuesta a mi mensaje de si terminaría de arreglarse pronto o no. Y nada más después de eso.

No es normal de parte de Rhea desaparecer de esa manera —me dijo Jay—. ¿Y si le pasó algo?

Cómo parecía que mi preocupación estaba debidamente infundada, fui al bufete donde ella trabaja, siempre va al trabajo. Ella ama su trabajo. Pero al llegar, su asistente me supo informar que ella no estaba —solo me dio aquella información después que le enseñé mi placa—. Y la mujer, incluso aunque lo intentó disimular, tampoco parecía tener un paradero sobre Rhea o sobre Paul.

¿A quién más podría preguntarle? La idea de ir a las empresas de Michael y presentarme en su oficina pasan por mi mente, pero lo descarto ya que dudo que él me diga la verdad, porque todo empezó con lo que sea que él le haya dicho a ella en el oído esa noche de la gala.

—¿Conseguiste alguna información? —me pregunta Jay cuando regreso al apartamento— ¿Estaba en su trabajo?

—No, no ha ido a trabajar. Se ha tomado vacaciones.

Jay tiene quizás la misma expresión que debí tener cuando escuché aquello por parte de la asistente de Rhea.

—¿Desde cuándo ella se toma vacaciones? No, eso no me suena bien.

Jay tiene razón, y la desesperación de no saber que hacer o como al menos tener alguna constancia de que ella está bien, me empieza a carcomer.

Es al tercer día de su desaparición que mi preocupación aumenta, cuando un grupo de personas, que según ellas Rhea los ha mandado, vienen por sus cosas sin dar mayor explicación. En ese mismo momento, una empresa de contratistas empieza arreglar el piso de su apartamento.

Pero algo me dice que ella no regresará ahí.

—Pero, ¿ella está bien?

Es, quizás, la quinta vez que le hago aquella pregunta al hombre que tocó la puerta y me dijo que Rhea lo había enviado.

—Sí. Ya le dije que sí.

—¿Y por qué no contesta el teléfono?

El hombre no me mira, solo sigue recogiendo las cosas de ella y haciéndole señas a los dos hombres altos que están aquí para ayudarla.

Jay mira todo desde la sala y me dice que algo aquí no le da buena espina.

—¿Dónde estás, Rhea? —pregunto, una vez que sus cosas han desaparecido de este apartamento.

Destellos de Rhea con el ceño fruncido y luciendo toda hosca y malhumorada por alguna broma o comentario que le hice, o la forma que tiene de sonreír cuando hace alguna maldad, vienen a mi mente. Pienso incluso en su pequeña sonrisa diabólica.

Su asistente dijo que ella está bien. Así que debe estarlo. ¿Verdad? O al menos me permito pensar que es así.

Pero entonces los días siguen pasando, el apartamento de ella está arreglado, y Rhea aún no aparece; desaparecida y evidentemente ausente.

La última gran dinastía Americana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora