17. Oh, debiste verlo venir

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Rhea.

Oh, querida, Rhea —me dijo Patrick después de su caída en la locura—. ¿Qué te hace pensar que alguna vez tuviste una opción? Desde el principio yo siempre tuve el control de todo.

Era frustrante como él siempre creía que estaba un paso por delante de mí en todo, que no había algo en lo que yo lo pudiera superar. Excepto en el ajedrez y eso siempre lo enfureció, y para mí, el ajedrez se volvió mi lugar seguro.

—Jaque mate —digo y le sonrío a mi madre.

Ella se reclina contra la silla y sus ojos brillan de emoción al ver la jugada que he realizado, observa el tablero en medio de nosotras repasando cada movimiento que hemos hecho y los que nos llevaron hasta mi victoria.

Le hago un gesto con la mano y ella acepta la derrota.

Había he estado postergando el visitarla después de lo de Patrick, pero hay una cierta cantidad de rechazos que mi madre puede aceptar sin querer ir a verme en persona para saber lo que está sucediendo.

—Dime, Rhea, ¿por qué sigues aquí?

—¿A qué te refieres, madre?

Sonríe, de esa forma que me da a entender que no esta de humor para mis evasivas.

Quiere respuestas directas que yo no le daré.

—¿Qué pasó con todo lo que querías lograr? ¿Con los sueños de esa casa frente a la playa? Estabas tan devastada y molesta cuando tuviste que renunciar a esos sueños por ser parte del negocio familiar y estabas tan empeñada en irte lejos, pero aquí estas. No te veo tratando de huir esta vez, te veo demasiado feliz, así que asumo que estas planeando algo. ¿Debería preocuparme?

—No.

Las puertas de la terraza se abren y Michael entra, seguido de Arthur y ambos miran a mi madre con una sonrisa, que obviamente ella no devuelve.

Sigue molesta porque nadie le avisó lo que pasaría con Patrick y dice que fue muy cruel de nuestra parte mantenerla en la oscuridad. No le gustan las sorpresas, pero le gusta mucho menos no tener el atuendo adecuado para algún evento y según mi madre, el funeral de su hijo requería un buen atuendo que no tuvo el tiempo suficiente de conseguir.

—¿Qué está pasando? —pregunta Arthur.

Él besa mis mejillas y despeina mis rizos a pesar que sabe que odio que lo haga. Se ríe ante mi expresión y esquiva el golpe que yo le lanzo.

Michael toma mi mano y deja un beso en mi palma, y murmura el gusto que le da verme.

—Mamá está molesta porque dice que tú me manipulaste para tomar la decisión sobre Patrick.

Mi madre y yo compartimos una mirada y ella me sigue el juego, es mejor esa mentira que la verdad. Porque dicha verdad molestaría a mis hermanos y crearía disputas que no necesitamos.

—Claro, porque para nuestra amada madre tu nunca haces nada malo —dice Michael—. No es justo que seas la favorita de mamá cuando también fuiste la favorita de nuestro padre.

Mi padre me mostró su dulzura y cuidado, y tal vez lo hizo en exceso. Ahora, al mirar hacia atrás, me doy cuenta que él había estado dibujando las líneas de batalla entre mis hermanos y mi persona, para ponernos unos contra otros y dejar que sobreviva el mejor.

—Bueno, dado que mi verdadera madre no me quiso, alguien tenía que quererme.

—Ella no te odiaba a ti —interviene mi madre—, odiaba lo que representas. Naciste con un poder que ella jamás iba a poder tener.

La última gran dinastía Americana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora