2. Éxodo

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Cinderella's dead – Emeline (1:06 – 1:27)

La llamada llega en la madrugada. ¿Por qué ese tipo de llamadas siempre deben llegar en la madrugada? Eso casi raya en lo cliché y si hay algo que detesto es eso, el cliché. Es demasiado aburrido y predecible. No hay emoción en ello y, ¿qué es la vida sin un poco de emoción? ¿Sin esa pizca de incertidumbre? O tal vez pienso de esa manera porque me gusta controlar todo aquello que me es posible.

Detesto los cabos sueltos. Los errores. Las incompetencias. Y para evitar todo aquello, me encargo de evaluar la situación y planear muy bien que debo hacer a continuación, siempre tratando de estar cuatro pasos al frente de todo y de todos.

—¿Señor Anderson? Que sorpresa, por favor, dígame, ¿qué puedo hacer por usted? —pregunto, casi al mismo tiempo que camino por mi habitación hacia mí armario en busca de ropa, porque ya me imagino que me quiere pedir.

El reloj digital junto a mi cama marca la una y media de la mañana. No es tan tarde como pensaba.

—¿Será posible que venga a visitarme? —su voz suena cansada y algo baja, es obvio que está haciendo un gran esfuerzo por hablar.

—Sí, por supuesto que puedo.

—¿Ahora?

Él no me explica la razón de su urgencia, no creo que sea necesario.

—Sí, estaré allá cuánto antes.

Él termina la llamada y yo dejo el teléfono en la cama para poder cambiarme.

Realizo dos pequeñas trenzas en la parte delantera de mi cabello rizado, para evitar que se venga a mi cara y me pongo un poco de maquillaje tratando de cubrir un poco las ojeras debajo de mis ojos marrones.

—Todo gracias a esos estúpidos vecinos y su música a todo volumen. ¿Por qué tienen que vivir justo debajo de mi apartamento?

Tomo mi abrigo negro y mi cartera con mis llaves para dirigirme hacia el estacionamiento y conducir hasta el hospital.

El camino hacia ahí, me resulta relativamente lento, tal vez porque tengo prisa en llegar y acabar con la situación. No hay mucha sorpresa en lo que el señor Anderson me quiere decir, ya puedo imaginar hacia donde se va a dirigir la conversación y que me puede pedir.

Se supone que no se debe rechazar la petición de un moribundo —me digo en mi mente.

Pregunto por su habitación y la enfermera en recepción me comunica que me está esperando, que a pesar que ya no es hora de visita, están haciendo una excepción por el señor Anderson dada su condición.

—Trate de no darle impresiones fuertes.

Le respondo que entiendo y ella me hace una seña con la mano hacia la puerta, yo la abro y la enfermera espera hasta que yo entro antes de irse.

El señor Anderson está acostado en la cama, tiene una máscara de oxígeno cubriendo su cara y algunos otros cables conectados a su cuerpo. Luce débil y cansado, muy diferente al hombre que conocí. Al hombre qué abrió las puertas de su casa para mí y me trató como a un miembro más de su familia.

Nunca debió hacerlo. Jamás debió confiar en mí.

—Viniste.

—Le dije que lo haría.

No puedo culparlo por dudar de mi palabra.

Tomo la silla que está en un rincón y la muevo cerca de la cama para poder sentarme.

Lo veo volver a colocarse la mascarilla de oxígeno y dar una gran inhalación, su respiración es pesada y muy lenta. Realmente luce mal.

—¿Qué puedo hacer por usted señor Anderson?

La última gran dinastía Americana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora