6. Ser o no ser el monstruo.

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Halsey– Gasoline (1:58 – 3:00)

Él pone el arma plateada en mi mano y la acomoda entre mis dedos con cuidado, el arma encaja a la perfección, como si perteneciera alrededor de mis dedos y fuera casi una extensión más de mi cuerpo.

No pesa como yo creía, pero está fría.

—Dijiste que esto era lo que querías, Rhea. Querías venganza, pero si la pides, debes ser capaz de ejecutarla. Dime, ¿puedes hacerlo? ¿Puedes quitarle la vida a alguien?

Mis ojos no se han apartado del hombre que está de rodillas frente a mí, incluso con la distancia que nos separa, puedo reconocer el miedo en su cara y la desesperación en su mirada.

No hay compasión con los traidores —me recuerdo—. Tampoco misericordia o perdón.

Sus dedos aún siguen alrededor de los míos y poco a poco se aleja, escucho sus pasos detrás de mí y puedo sentir su mirada fija en cada uno de mis movimientos.

—No tienes que hacerlo si no quieres —me dice, hay un toque de algo en su voz que en mi he estado no logro reconocer—. Puedo hacerlo por ti.

Lo veo caminar hasta el hombre que está de rodillas frente a mí y como levanta con fuerza su cabeza y veo la sangre rodar por su cara, hasta el charco que se ha formado a sus rodillas.

Recuerdo la forma en que mintió y todo lo que causó su traición. Recuerdo el miedo que he sentido por su culpa y el dolor de la muerte de mi padre.

Es el culpable de todo y merece pagar.

—No —hablo—, yo lo haré.

Me despierto de aquel sueño y llevo una mano a mi pecho dónde mi corazón late con fuerza. Hay una fina capa de sudor cubriendo mi frente y cierro los ojos contando hasta diez antes de volverlos abrir.

Ese sueño aún está en mi mente mientras preparo mi café.

—¡Cortaste los frenos de mi auto! ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Te das cuenta que pude morir.

Owen trabaja ahora como guardia de seguridad, tiene turnos rotativos y anoche tuvo que trabajar noche y madrugada.

Luce muy cansado y molesto.

—Pero sigues vivo.

—¡Estás loca! Pude morir y, ¿eso es todo lo que vas a decir?

Finjo que pienso y muevo mi taza de café antes de darle un sorbo.

—¿Quieres un poco de café? —le pregunto.

No me voy a disculpar por cortar los frenos de su auto porque él lo merece por hacerme ir a buscarlo en la noche a ese bar.

Y si hubiera muerto, bueno, yo seguro escogería un hermoso arreglo de flores para él. Pero como hierba mala nunca muere, aquí sigue.

—No vuelvas a cortar los frenos de mi auto.

—Tú no me das órdenes.

—¡Rhea!

Me giro para darle la espalda y él maldice mientras deja un ramo de gardenias frente a mí.

—¡Deja de regalarme flores! ¿Cuándo vas a entender que las odio?

—Cuando dejes de intentar que yo pase a mejor vida o te enamores de mí, lo que suceda primero —me dice mientras se aleja hacia su habitación gritando que deje algo de café para él.

Yo pongo los ojos en blanco de nuevo y me aseguro de terminar todo el café y esconder los granos restantes, sonriendo porque se lo mucho que odia cuando no hay café.

La última gran dinastía Americana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora