[Archivo 1]: Terror absoluto.

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Era una noche helada cual viento del norte. El aire frígido recorría las sucias calles que, rodeadas de altos pero desgastados edificios que envolvían la carretera, creaban un horizonte que solo podía ser visto si se inclinaba el cuello hacia el cielo.

Los ciudadanos de Guernasca tenían que seguir un impuesto toque de queda, ya que en caso contrario, serían castigados por las déspotas autoridades que el gobierno se había encargado de dispersar por todas las ciudades del país. Es por eso por lo que en ese momento, a las cuatro de la mañana, el único movimiento que se podía detectar era el de algún gato callejero o vagabundo que trataba de ocultarse, escondiéndose detrás o dentro de cualquier contenedor.

Sin embargo, un silbido espeluznante rompía por completo el monótono silencio de la noche. Desplazándose por las calles a paso lento, una figura imponente iba, paso a paso, creando un ritmo de percusión con el choque de sus zapatos contra el suelo. En su mano, al ritmo de las pisadas, lanzaba al aire lo que parecía ser una canica y la volvía a atrapar al vuelo.

El rostro del individuo apenas era visible. La luz generada por las farolas era tan tenue que la mayor fuente de iluminación eran las pocas ventanas que a esas horas de la noche guardaban dentro de sí alguna historia de insomnio, aventura sexual, o negocio clandestino.

Era este último caso el de Johan Rudolf, un reconocido político que luchaba por la alcaldía del municipio de Néscora, la capital de Guernasca. En ese salón se estaba llevando a cabo una acalorada discusión. Sentado frente a él había otro político de ideología similar, pero de apariencia totalmente opuesta: el representante del Partido de la Divina Insurrección, David Cohen. Mientras Johan era el líder del Partido Obrero de Solidaridad, que era una facción progresista, David llevaba otra facción, que era considerada como el extremo de este mismo bando.

El Partido de la Divina Insurrección centra su programa, casi en su totalidad, en la lucha por la igualdad entre humanos y ángeles; raza a la que David también pertenece. Los ángeles son una raza humanoide que se caracteriza por tener una tez extremadamente pálida y por la presencia de dos alas blancas y frondosas con raíces en la columna vertebral. Además, se dice que son bondadosos y libres de todo odio y pecado existente. Por esa razón, son conocidos, por las personas más escépticas, como los humanos más cercanos a Dios.

Sin embargo, actualmente, la situación había cambiado por completo. Tras una gran guerra que enfrentó a los humanos contra los ángeles, estos últimos fueron reprimidos hasta la actualidad, y hoy en día el odio y el miedo aún residen dentro de los corazones de ambas razas.

El Partido de la Divina Insurrección y el Partido Obrero de Solidaridad pertenecían a una coalición conocida como la Unión Angelical, que representaba los intereses progresistas de ambos partidos. Pero, en ese momento, todo iba a venirse abajo. David parecía estar echando algo en cara a Johan.

—Es increíble cómo nos habéis estado engañando a todos. Sin darnos cuenta, hemos formado parte de este sistema corrupto y podrido. Yo no quiero pensar que tú perteneces a esto, Johan. No quiero pensarlo.

Los vasos de whisky, sobre la mesa, temblaban cada vez que David, airado, la golpeaba.

—Me da igual lo que pienses, David, pero no hagas nada precipitado. Eres un chico listo, no sé que habrás descubierto pero has de ver que te equivocas.

Cada palabra que salía de la boca de Rudolf venía acompañada de unas gotas de saliva que viajaban por el aire para terminar humedeciendo diferentes partes de la mesa.

—¡Eso es una farsa! Sabes perfectamente de lo que estoy hablando. Voy a sacar todo a la luz. Terry y Louis no harán nada al respecto, no pueden. ¡Se acabó la Unión!, tenlo claro.

Tras decir esto, David abandonó la habitación de un portazo, haciendo que se derramara una cantidad considerable de whisky de los vasos, debido a que dicho gesto había provocado un temblor en la mesa.

Johan, aún sentado, no dejó de sonreír.

David, en cuanto puso un pie en la calle, encendió un cigarro. El humo entraba y salía suavemente de los pulmones del ángel. Cada calada hacía que se relajara un poquito más. Cuando terminó, lo dejó caer al suelo y lo pisó, haciendo que se apagara.

A pesar de ser de las pocas personas que tenían coche, David no veía la necesidad de conducir hasta su casa, principalmente porque vivía a pocas manzanas del lugar y un paseo nocturno era ideal para calmar su mente de todo lo que estaba pasando por ésta.

A las cuatro y media de la madrugada llegó a la manzana en la que estaba su casa. Sin embargo, sintió que algo se desprendía de su bolsillo. Culpó de esta sensación al cansancio provocado por el sueño y se dirigió hacia su portal.

Cuando trató de alcanzar sus llaves, se percató de que éstas habían desaparecido.

—Mierda... ¿Me las habré dejado en casa de Johan? No puedo volver ahí...

Para su sorpresa, esas palabras que había pronunciado para sí mismo, fueron otorgadas con una respuesta.

—No te hagas ideas equivocadas, David. Te has metido en un buen lío.

Desde la distancia se podía ver una silueta imponente que hacía girar en sus dedos un set de llaves. Lo poco que se podía vislumbrar de su rostro era una malévola sonrisa que, poco después desapareció para ser seguida de un silbido tenebroso.

David comenzó a exaltarse.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?

La silueta se acercó poco a poco, siguiendo un ritmo melódico con el silbido.

-Eso no importa, David. Tampoco importa quién eres tú... Al fin y al cabo, bajo el terror absoluto, todos los gritos suenan iguales.

David intentó abrir la puerta de su casa por la fuerza, resultando dicho intento inútil.

—No intentes correr. No te servirá de nada. Ya te tengo marcado.

El hombre extendió una de sus manos y, al abrirla, hizo que el ángel se desplazara rápidamente hacia él.

—¿Qué?¿Cómo has hecho eso?

El misterioso individuo introdujo una mano en uno de los bolsillos de David y, tras unos segundos rebuscando, sacó de éste una pequeña canica.

—Te lo dije. Te tengo marcado.

Los ojos de David se abrieron tanto que las pupilas dentro de éstos parecían insignificantes. A su vez, el hombre desconocido sonrió de una manera tan tétrica que todos sus dientes brillaron al reflejo de la tenue luz.

—Ahora, David. Prepárate para gritar.

El Paladín de Sangre: Lluvia NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora