Capítulo 4

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Al llegar a mi casa, me despojo de toda mi ropa y camino desnuda hasta mi gran cuarto de baño, saco el no tan pequeño botiquín especial de primeros auxilios y limpio la herida. Va a necesitar sutura, así que yo misma empiezo a preparar la aguja luego de desinfectar.

Si hay algo a lo que odio, son las malditas agujas, por no hablar de mis dos fobias.

Mierda—Gruño—Debí hacerle caso al oficial.

Mantengo la aguja lista para meterla en mi piel, pero me tiemblan las manos.

Mierda, mierda, mierda.

No puedo ir al hospital, apenas y puedo mantenerme de pie, parece que los tragos que me tomé empiezan a hacer efecto. Es increíble que haya podido esquivar un poco la navaja en este estado.

Me veo al espejo y es como si mi reflejo me hablara.

Tienes que hablarle—Me digo a mí misma.

Sí, definitivamente tengo que hacerlo.

Resoplo y resoplo y veo que la herida no deja de sangrar. Levanto mi huesudo pero ejercitado culo de la silla y tomo mi teléfono celular. Marco el número de memoria y espero a que suene.

A los dos avisos, responde.

— ¿Elaine? —A mí también me parece extraño, pero no sé a quién más llamar. Mi mejor amigo apenas y puede moverse en el hospital.

—No te hagas ilusiones—Me detengo por un momento para ser un poco cordial con él, después de todo lo necesito. —Estoy... bueno, tengo un puñetero corte en mi brazo y no puedo suturarlo yo sola ya sabes que...

—Voy para allá.

Su interrupción solamente me deja pensando en que está asustado, nunca lo he llamado cuando estoy herida, mi orgullo es demasiado grande como para poder hacerlo, pero mientras veo mi brazo gotear, el orgullo me importa poco. No quiero morir desangrada, aunque sería una exageración de mi parte y es por culpa de esos malditos tragos. No sé si me siento mareada por la sangre o por el alcohol que ha llegado a mi cabeza.

Duncan es un hombre fuerte, ya no recuerdo la última vez que salió herido durante un operativo, siempre admiré eso de él. Cuida a los que están a su alrededor, no le teme al peligro, yo tampoco. Pero soy mujer, no todo el tiempo tengo que ser de palo y si alguien me ha visto llorar desgraciadamente ha sido Duncan después de la muerte de mi padre.

Mi mejor amigo también, aunque éste no solamente me ha visto llorar, también me ha visto ser una mujer patética y sin placa. «Una mujer de verdad», como dice él. Y no la que finge tener dos bolas entre sus piernas para defenderse del mundo entero.

Veo el reloj y apenas han pasado diez minutos cuando escucho que abren la puerta.

—Tienes que devolverme esa llave—Lo amenazo sosteniendo aún mi brazo.

—¡Por Dios, Elaine! —Se espanta al verme en este estado, bueno, ya somos dos—¿Qué fue lo que te pasó?

A grandes zancadas toca mi rostro, y me ve...

Joder.

Pero si estoy desnuda y ni siquiera me había dado cuenta.

—Oye—Le advierto para que me vea a los ojos, pero me sorprende que encontrarme desnuda no lo distraiga, realmente está preocupado y asustado. —Pásame esa bata.

A regañadientes y luchando contra sí, hace lo que le pido y me ayuda a ponérmela. No me importa llenarla de sangre, pero no quiero que me haga una mal sutura porque mis tetas le distraigan.

La Profesional (libro 1) (Ya en físico y audiolibro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora