Escarlata.

ⅠⅠ

"Las Cicatrices de la Gran Guerra."

Me coloco un vestido de algodón cuando me siento asfixiada por mis gruesas prendas de invierno, e intento conciliar el sueño pero no logro hacerlo, me duelen los ojos y mi cabeza explotará en cualquier instante.

Bajo a la sala de estar y destapo una botella de whiskey que me había regalado el alcalde del distrito cuando volví de los juegos, supongo que ahora comprenderé por qué las personas terminan ahogando sus problemas en alcohol. Lo bebo sin necesidad de un vaso, me quema la garganta y suelto la botella una vez que me atraganto con la bebida.

Escupo el resto amargo que se ha quedado en mi boca, pero el alcohol no hace nada más que aumentar mis dolencias emocionales; me golpeo la cabeza con fuerza en un intento por detener aquel remolino de sentimientos horribles, me tiro del cabello y hago añicos la botella de whiskey contra la mesa de roble cuando la imagen de Marvel aparece en mi mente. Trozos de vidrio se incrustan en mis manos, y en lugar de quitarlos, decido hundirlos con más fuerza; la sangre pinta todo de un color negruzco.

Mando ambas manos a mi rostro y me dejo caer de rodillas; mis gritos y sollozos resuenan en la casa vacía. Tomo un adorno de cerámica que se encuentra en la mesa ratona de la sala y la arrojo contra la pared más cercana; me levanto torpemente y decido destruir todo lo que encuentro a mi paso: espejos, tazas, platos, vasos, absolutamente todo.

Destapo otra botella que encuentro en la cocina y bebo todo su contenido antes de hacer añicos el envase; la luz de luna se cuela por la ventana y me permite ver mis prendas empapadas en sangre, sujeto mi vestido con fuerza e intento arrancármelo, lo único que consigo hacer es que los trozos de vidrio se hundan en mis palmas aún más. La imagen de la chica del doce se repite de manera obsesiva en mi mente, y la veo de pie en la puerta de la cocina. Arrojo platos en su dirección pero estos la atraviesan, camina hacia mí sin expresión alguna en el rostro y resulta aterradora; cierro con fuerza los ojos, y cuando los vuelvo a abrir, ella ya ha desaparecido.

Ruedo por las escaleras cuando intento subir a mi habitación, y quedo tirada al pie de las mismas, con el cuerpo ensangrentado, sollozando y gritando cosas sin sentido. Maldiciendo una y otra, lamentando estar viva, rogando que la mañana no llegue pues ya no quiero estar aquí.

La puerta de la entrada se abre y supongo que se me ha olvidado cerrarla con llave una vez más. No me importa en lo más mínimo que se trate de un ladrón, que me roben si quieren, y que me asesinen de paso; ya no tengo fuerzas para pelear, que hagan conmigo lo que quieran.

Pierdo la consciencia hasta que una puñalada de dolor me perfora las manos; abro los ojos y siento como si una daga afilada me atravesara la cabeza. Estoy en mi cama, con ambas manos vendadas, y la tenue luz de luna iluminando mi habitación. Lucho por mantener los ojos abiertos, me levanto con rapidez una vez que siento el vómito subiendo por mi garganta; estoy mareada pero voy hasta el baño con prisa. Me dejo caer delante del inodoro y vacío el contenido de mi estómago; el ácido me quema la boca y nariz.

El corazón me late con fuerza y las arcadas parecen no terminar nunca; quedo en el suelo por un buen rato hasta que logro ponerme de pie. Me lavo los dientes y me arrastro hasta mi habitación nuevamente; abro las cortinas de par en par y observo la calle desolada, de nada me ha servido llegar hasta aquí, pues no siento la alegría que imaginé que sentiría. Nada será suficiente para llenar el vacío que tengo en mi interior.

Una silueta se aparece en la puerta de mi habitación, y estoy demasiado ebria como para saber si se trata de una persona real o simplemente estoy alucinando, así que camino hasta mi cama y me dejo caer en la misma; cierro los ojos cuando el colchón se hunde a mi costado y una mano me acaricia el rostro con delicadeza.