ⅩⅠⅠ

156 13 4
                                    

"El Final Está Escrito."

Observo el paisaje a través de la ventana del tren. Ni un solo pensamiento se cruza por mi mente; simplemente ya no siento nada. Llegaremos al Capitolio al anochecer, tal como lo hicimos el año anterior, y Lauren intenta mantener a todos contentos con los lujos disponibles en el tren, pero hay una tensión palpable en el ambiente.

—Veremos las cosechas esta noche, hay que anticiparnos a absolutamente todo —dice Lyme, rompiendo el silencio en el vagón—. No tendremos demasiada competencia, pero es mejor estar preparados.

Me pregunto quién será la persona encargada de acabar con mi vida. Si una cosa es segura, es que no quiero que sea Brutus; pues sé que será demasiado cruel. Quiero una muerte rápida y sin dolor. Él querrá un espectáculo.

Voy hasta mi habitación, arrastrando los pies, cierro la puerta con fuerza a mis espaldas y me arrojo a la cama. Me acurruco debajo de las mantas y me dispongo a dormir, hasta que alguien llama a la puerta. Suspiro pesadamente antes de levantarme para recibir a quien sea que me esté molestando. Esperaba a Cato, extrañamente, pero es Enobaria quien se encuentra de pie en el pasillo.

—¿Por qué? —pregunta, y son las únicas palabras que escapan de su boca.

—¿A qué te refieres?

—Sabes muy bien a qué me refiero—dice casi gruñendo—. ¿Acaso no tuviste suficiente el año pasado?

El silencio se convierte en una espesa barrera entre ambas, y me siento vulnerable ante su mirada amenazante.

—Vete, por favor —le pido, deseando que me deje en paz.

Ella cruza los brazos y me observa con un destello de decepción e incredulidad en su mirada.

—¿Qué sucede contigo? —pregunta—. Actúas demasiado extraño, esta no eres tú.

—¿Y tú qué sabes? —La voz me tiembla y se forma un nudo gigantesco en mi garganta—. No eres mi madre, deja de hablar como si lo fueras.

Su rostro empalidece rápidamente y un torbellino de emociones contradictorias se refleja en sus ojos negros. Abre la boca para hablar, pero no lo hace. Enobaria suspira profundamente; supongo que intenta controlar su enojo.

—Tienes razón, no soy tu madre —dice finalmente—. Porque si lo fuera, no estarías en este lío.

Da media vuelta, y la veo marcharse, mientras una parte de mí muere de ganas de contarle todo lo que había sucedido en el Capitolio. Quiero contarle las verdaderas razones detrás de mi decisión, pero no sé por donde empezar, tampoco sé si será capaz de creerme. Enobaria parece oír mis pensamientos y hace una pausa antes de salir de la habitación.

—¿Realmente no hay nada que quisieras decirme?

Mis dientes castañean e instintivamente mis uñas se clavan en las palmas de mis manos; las lágrimas nublan mi visión y caigo de rodillas al suelo, tomándome de la cabeza con ambas manos. Un grito me desgarra la garganta y mi corazón comienza a latir desbocado dentro de mi pecho.

Cierro los ojos con fuerza, intentando detener la avalancha de pensamientos que amenaza con destruir mi mente: recuerdos fugaces de mi infancia, de los juegos de mis hermanos, de mis juegos, de lo ocurrido en el Capitolio. Sangre y más sangre, el color carmesí me ciega momentáneamente mientras una punzada de dolor atraviesa mi frente.

Escarlata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora