ⅩⅠ

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"El Último Gran Sacrificio."

Algo que aprendí en los juegos del año pasado es que la resistencia lo es todo, por eso me he obligado a entrenar nuevamente. Todas las mañanas recorro alrededor de veinte kilómetros hasta alcanzar el límite de la zona urbana. A lo lejos, se alzan pequeñas y precarias chozas alrededor de las toscas montañas que rodean el distrito. Aquí reside la porción más pobre de la población, los adultos al menos, porque los jóvenes viven en el centro de prácticas mientras se encuentran en edad de ser entrenados para los juegos.

Me he cruzado con varias personas en mis recorridos, y absolutamente todos me reconocen por ser parte de los vencedores. Sin embargo, nadie me dirige la palabra; se limitan a bajar la vista y seguir con sus asuntos, y yo hago lo mismo. El sol se asoma por el horizonte con lentitud, y esta es mi señal para volver por donde vine; mi entrenamiento inicia a las tres de la mañana, y todos los agentes de la paz del distrito ya me reconocen, pues soy la única persona que se encuentra paseando por las calles a esas horas, a excepción de los trabajadores de las minas en las montañas y los cadetes de la academia militar.

El aire es seco, producto de una mezcla de humo y polvo, lo cual hace que me duelan los ojos y se me agrieten los labios. El sabor metálico de la sangre me obliga a beber un poco de agua antes de emprender rumbo hacia el centro de prácticas nuevamente. La noticia del Vasallaje nos había caído como un balde de agua congelada a todos los vencedores. Aún no hemos decidido a quién enviaremos, pero prefiero estar lista, porque estoy convencida de que iré yo. No porque me obliguen, sino porque quiero hacerlo.

El solo pensar en que debo volver al Capitolio, rodeada de sus desagradables habitantes, hace que se me retuerza el estómago. No quiero volver, no voy a volver. Prefiero morir con lo que me queda de dignidad. No tengo nada más que un gigantesco sentimiento de vacío y soledad dentro de mí. Ir a los juegos nuevamente sería como la cereza del pastel. Me han preparado durante toda mi vida para esto, y qué mejor manera de morir que haciendo lo que mejor sé hacer: pelear.

Mi rutina de entrenamiento no ha cambiado demasiado. La primera semana fue un total y completo desastre, ya que fui completamente negligente con mi cuerpo durante casi un año. He perdido alrededor de diez kilogramos y toda la poca fuerza que tenía. Mi puntería ha empeorado debido a los mareos recurrentes causados por el estado de inanición en el que me encontraba. Sin embargo, he ido mejorando poco a poco. Lo que más me preocupaba era mi nula resistencia, y eso es lo primero que he decidido recuperar.

Ares me ha estado ayudando. Al principio, me resultaba inusual e incómodo, pero sus técnicas de pelea han sido de extrema utilidad. Él me había dicho que no es necesario ser el oponente más imponente para ganar la batalla, solo debo ser más ingeniosa. Ares sabe que iré a los juegos, no se lo he dicho directamente, pero ha hecho los cálculos en su mente. El entrenamiento que reciben los cadetes como él es algo que me habría gustado saber antes de ir a los juegos el año pasado. Me habría ahorrado un par de dolores de cabeza.

Él me espera todas las mañanas a las siete y media en la entrada del centro de prácticas, y hoy no es la excepción. Mis antiguos entrenadores estaban más que felices cuando les mencioné que quería volver a entrenar. Habían habilitado un salón especial, cargado hasta el tope con armas y equipos que me serían útiles. De vez en cuando, Ezra, Brutus y Enobaria se unen a mí. Todos sabemos que lo inevitable se acerca y es mejor estar preparados.

Cato ha estado desaparecido desde el día del funeral de Marjorie, y no lo culpo. Pero no tengo la paciencia necesaria para lidiar con los sentimientos de otras personas en este momento. Lo he visto un par de veces y por eso sé que sigue con vida, pero dudo que esté en la misma página que el resto de nosotros con respecto al Vasallaje.

Escarlata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora