"Trágicos Hilos del Destino."
Nadie tiene opiniones con respecto a lo sucedido en el distrito uno, pues actúan como si no hubiese ocurrido absolutamente nada; sé que no tuve que haberlo hecho, siempre mantengo la boca cerrada, y la única vez que decido abrirla logro desatar una revuelta en el distrito más importante del país. Probablemente estoy en problemas, pero nadie se atreve a decírmelo.
Ha sido mi maldito sentimentalismo el que ha ocasionado semejante alboroto; mis sentimientos viven en una caja sellada en el fondo de mi mente, y ahora más que nunca, estoy segura de que es así como debe ser. Mis prendas son ceñidas con más fuerza a mi cintura, ningún producto del Capitolio es capaz de cubrir mis oscuras ojeras, y Fayette ha tenido que colocarme uñas falsas porque las he mordido hasta hacerme sangrar las manos.
Cuando llegamos al Capitolio me siento asfixiada; hacemos varias apariciones delante de multitudes entusiasmadas, aquí las personas nos adoran. Es que para ellos es fácil, no hemos asesinado a sus hijos. Nos alojamos nuevamente en el Centro de Entrenamiento, y apenas pongo un pie en el lugar, salgo disparada hacia mi habitación; me entierro debajo de las mantas e intento dormir, pero no puedo hacerlo. Lauren se ha percatado, al igual que el resto del equipo, que no descanso nada, y me ha dado unas pastillas para dormir.
Tomo un par y no hacen efecto alguno, es entonces cuando vacío la pequeña botella en la palma de mi mano; consigo alrededor de quince pastillas más, las ingiero pues no tengo nada que perder, y estoy a punto de volverme loca debido a la falta de sueño. Luego de un par de minutos camino tambaleante hasta la cama y me dejo caer en la misma, soy incapaz de controlar mi cuerpo, mi visión se vuelve borrosa y lentamente siento que voy perdiendo la consciencia.
Despierto atontada, debido a los gritos de mi equipo de preparación; no logro comprender absolutamente nada de lo que dicen, pero por la tonalidad de sus voces supongo que están preocupadas. Fayette me toma del rostro e intenta entablar una conversación conmigo, pero sus palabras simplemente no tienen sentido alguno, tampoco podría contestarle por más que quisiera, pues mi boca está entumecida y me resulta imposible hablar; Lauren llega unos instantes después, detrás de ella están Enobaria y Lyme, nadie luce feliz. Por las expresiones que traen, supongo que se ha desatado una pelea.
Kezia trae una silla, me sienta en la misma y me obliga a beber de una pequeña copa un líquido transparente que supongo es agua; doy un sorbo, y unos segundos después siento algo caliente subiendo por mi garganta. Intento levantarme, pero no puedo hacerlo, Alora me acerca un recipiente de plástico y sostiene mi cabello mientras expulso todo el contenido de mi estómago; las arcadas son fuertes y hacen que me duela el abdomen. Me siento aún más débil de lo que estaba y me resulta difícil respirar.
Una chica avox llega con una jeringa en la mano, se arrodilla a mi costado, y examina el dorso de mi mano durante un par de segundos antes de clavarme con dicho artilugio; un líquido frío sube por mi brazo, debido al susto, le saco la jeringa de la mano y la arrojo a un costado. Mi equipo de preparación me sostiene para que no caiga de la silla mientras siento que mi brazo se va entumeciendo de a poco, y un dolor agudo me perfora los huesos.
—Estarás bien—dice Lyme arrodillándose a mi costado—. Estarás bien.
—Por favor—susurro—. Sácame de aquí.
Ella me observa con lástima, probablemente luzco patética; aún no soy capaz de levantarme siquiera, pero mi equipo de preparación ha comenzado con su trabajo. Mueven mi cuerpo de aquí para allá, limpiando, puliendo, arreglando, como si estuviesen jugando con una muñeca de trapo de tamaño real. Suelto leves quejas cuando siento los tirones en mi cabello, Fayette se disculpa, pero igual creo que lo hace a propósito. Cierro los ojos y cuento los segundos que van pasando.
Llegada la noche, en el escenario colocado delante del Centro de Entrenamiento, Cato y yo contestamos una interminable lista de preguntas; a decir verdad, él contesta las preguntas, yo solo me encuentro sentada en completo silencio, intentando sonreír y no desplomarme al suelo. Cesar Flickerman, con su reluciente traje azul y cabello del mismo color, nos guía durante todo el proceso, como si supiera lo mucho que necesitamos de su ayuda; toda la entrevista se ha centrado en nuestras vidas como vencedores, he hablado un poco de mi falso talento culinario, pero eso ha sido todo. Caesar tampoco ha desaprovechado la situación, pues hace varias preguntas acerca de si nuestra alianza había pasado a tratarse de una amistad o quizás algo más. Decidimos mantener el secretismo como habían indicado nuestros mentores, y esto no ha hecho más que avivar la curiosidad de los pobladores del Capitolio, quienes ahora gritan con más emoción, exigiendo que revelemos nuestro secreto; observo a Cato por unos instantes y un nudo se hace presente en mi garganta, ya no puedo hacer esto, quiero volver a casa.
La fiesta que se celebra en la sala de banquetes del presidente Snow es algo que no tiene comparación, nunca había estado en un lugar tan maravilloso. El techo, de doce metros de altura, se ha transformado en un hermoso cielo nocturno; a medio camino entre el suelo y el techo, los músicos flotan en lo que parecen ser esponjosas nubes blancas. Numerosos sofás y sillones se encuentran esparcidos en el lugar, algunos rodean chimeneas, otros están junto a olorosos jardines de flores o estanques llenos de coloridos peces, y me pregunto si aquellos animales son reales o si se trata de algún avance tecnológico como las nubes que sostienen a los músicos en el aire. En el centro de la sala hay una amplia zona embaldosada que sirve como pista de baile, en donde las personas charlan animadamente; lo más impresionante de todo son las numerosas mesas cargadas a tope de comida. Veo que en un sector hay animales enteros asándose en espetones, y la impresión me obliga a apartar la mirada; mesas cargadas con bandejas llenas de aves rellenas de frutas y frutos secos, incontables quesos, panes, dulces, y cascadas de vino que me llaman por mi nombre.
Me limito a consumir alimentos que conozco, pero en pequeña cantidad, pues mi estómago no está de buen humor y lo último que necesito es vomitarle encima a alguien; paso gran parte de la noche rodeada de personas que no conozco, quienes deciden hacerse fotos conmigo e intentan obligarme a comer más. Lauren se aparece de vez en cuando para introducir a aquellos extraños con sus respectivos nombres y posición en la jerarquía del Capitolio, no podría importarme menos.
Luego de un par de horas me encuentro de pie, al lado de una mesa llena de dulces, sola; mis mentores estarán quién sabe dónde, Cato también ha desaparecido, y mi equipo de preparación se ha hecho humo desde que llegamos aquí; será todo parte de su estúpido juego de poder supongo yo, ser invitado a una fiesta del presidente Snow no es algo que ocurre todos los días.
—Clove Kentwell—me llama un hombre a mi costado, por cómo está vestido asumo que se trata de un agente de la paz—. Sígueme por favor.
Lo observo durante un par de segundos, luego estudio mis alrededores para ver si logro divisar a algún rostro conocido, pero termino siguiendo a aquel hombre una vez que me percato de que estoy completamente sola; al abandonar el salón de banquetes, nos paseamos a través de largos e interminables pasillos hasta dar con una habitación de grandes puertas de roble. El agente de la paz no habla durante todo el trayecto, finalmente abre las puertas y deja ver un gigantesco salón de paredes marrones y luces tenues, con un candelabro colgando del techo a mitad de la sala; ingreso al lugar y las puertas se cierran a mis espaldas.
Las luces aumentan su potencia, y logro distinguir a varios hombres sentados en sillones negros alrededor de una chimenea; parecen masticar unos pequeños cilindros de papel, y expulsan humo gris de sus bocas cada vez que exhalan aire. Una vez que se percatan de mi presencia, se ponen de pie y se acercan a mí, dándome la bienvenida. No sé qué es lo que debería hacer porque han decidido caminar en círculos a mi alrededor, observándome de pies a cabeza.
—Debo admitir que la competencia valdrá la pena—dice uno de ellos rozando mi espalda con su helada mano—. Caballeros, no me rindo aún.
—Recuerda que el que está en ventaja aquí, soy yo—lo interrumpe otro, de blanca cabellera y baja estatura—. Está viva gracias a mi dinero, los regalos durante los juegos han sido míos en su mayoría.
—Cierra la boca—exclama uno de ellos, tiene la piel completamente cubierta en pintura plateada, y una túnica de color carmesí—. La subasta sigue en pie porque todos hemos pagado la misma cantidad de dinero.
—Estamos empatados, por eso nos han llamado.
Los hombres continúan hablando, pero no conmigo, sino que acerca de mí; mencionaron algo acerca de los regalos, así que supongo que estas personas han sido mis patrocinadores y los de Cato; el humo que estos hombres exhalan por sus bocas huele horrible. Juego con la falda de mi vestido, esperando a que me dejen ir.
—¿Podemos acabar con esto de una buena vez?—pregunta el hombre de cabellera blanca—. La paciencia no es una de mis virtudes.
—Ya ríndanse—exclama el de piel plateada—. Podrán tenerla después de todas formas.
—Gana la persona que se la lleva primero, yo no quiero tus sobras.
—No dijiste eso cuando compraste a Odair.
Los hombres comienzan a gritarse entre ellos, y en cuestión de segundos, el agente de la paz ingresa a la habitación para detener la pelea antes de que pase a mayores; observo la puerta con la idea de salir corriendo, pero el hombre de piel plateada parece haberme leído la mente. Se acerca a mí y me toma del brazo con brusquedad.
—Serás toda mía una vez que lleguemos a un acuerdo—murmura y el olor a vino me golpea el rostro, provocándome náuseas—. Toda mía.
Sostiene mi rostro con una mano, y su piel helada me congela hasta los huesos; baja su mano a mi cuello y lo aprieta con fuerza, ahogo un chillido y veo sus ojos brillar fugazmente. Estoy aterrada. Observo a los hombres a sus espaldas y estoy segura de que todos tienen las mismas intenciones conmigo, no sé qué tendrán en mente exactamente, pero presiento que no es nada bueno; su otra mano recorre mi cuerpo con perversidad, y me alejo instintivamente cuando me siento atacada, él sostiene mi cuello con más fuerza.
—Espero que no cause tantos problemas como la anterior.
Me suelta y retrocedo un par de pasos, hasta que mi espalda choca contra el agente de la paz que había llegado a separar la pelea; lo miro pidiendo ayuda, pero este finge no verme en lo absoluto.
—Llévatela—ordena uno de los hombres, tiene la cabellera negra y una pequeña cicatriz en la mejilla derecha—. Tenemos que concretar la venta, ya han visto la mercadería.
Soy conducida de vuelta al salón de banquetes, como si nada hubiera sucedido, y siento la urgencia de hablar con Enobaria sobre lo ocurrido. Ella me había instado a informar cualquier extrañeza durante la gira de la victoria, y así lo haré, pero no aquí. Permanezco en pie en medio de la pista de baile, rodeada de personas demasiado ebrias o absortas en sus propias vidas como para percatarse de mi presencia. Me balanceo de un lado a otro, simulando un baile, mientras mi mente trabaja a mil por hora; el impacto de lo acontecido me ha dejado helada: si me tratan como un objeto que puede ser comprado, eso significa que seré arrancada de mi distrito, condenada a permanecer aquí por el resto de mis días. Me pregunto si eso es siquiera posible, pues nunca he presenciado a ningún vencedor abandonar su distrito. Sin embargo, considero que estas son personas influyentes dentro del Capitolio, capaces de hacer lo que les plazca. Si desean adquirirme como un mero trofeo, para exhibirme en una repisa, podrán hacerlo sin que nadie los detenga. Este parece ser el amargo destino del que Enobaria me había advertido.
Finalmente, diviso un rostro conocido: Nouria. Ella se acerca acompañada de un hombre corpulento, presentándolo como Plutarch Heavensbee, el nuevo Vigilante en Jefe. Quien con amabilidad, me invita a bailar, aunque en mi interior reniego de hacerlo, no tengo más opción. Afortunadamente, sus manos no están heladas, pero no puedo permitirme bajar la guardia. Mi incomodidad es evidente y él, perceptivo, mantiene una distancia respetuosa entre ambos. Conversamos sobre la fiesta, la comida y la música, y poco a poco mi curiosidad se despierta al constatar que no es un depravado, como aquellos hombres de antes.
—Vigilante en Jefe—digo, y suena más a pregunta que a afirmación—. Debe ser un gran honor.
—Aquí entre ambos, la verdad es que no había muchos voluntarios para el trabajo pues conlleva una gran responsabilidad—confiesa en un susurro—. Luego de lo ocurrido con Seneca Crane, eso ha quedado bien en claro.
—¿Seneca Crane?—pregunto—. No me he enterado de nada.
—Fue el Vigilante en Jefe el año pasado—contesta—. Lamentablemente decidió quitarse la vida unas semanas después de los juegos, una verdadera tragedia.
Algo me dice que no se trató de un suicidio, pero no lo diría en voz alta y mucho menos aquí; me limito a observar a Plutarch con sorpresa, mientras seguimos bailando. Decido cambiar el tema antes de que alguien nos oiga.
—Supongo que estarán preparando los juegos del Vasallaje de los veinticinco.
—Oh sí, por supuesto, llevan años planificándose pues las arenas no se construyen de un día para el otro; aunque el tono de los juegos se está decidiendo ahora, a decir verdad, tengo una reunión de estrategia esta noche.
Plutarch retrocede un paso y extrae un reloj de oro suspendido de una cadena que descansa en su chaleco. Con un gesto de preocupación, abre la tapa y observa la hora, frunciendo el ceño.
—Debo partir pronto —agrega, mostrando el reloj para que pueda verlo—. Todo comienza a medianoche.
Quedo deslumbrada, sin poder apartar la mirada del reloj, cuando Plutarch desliza su pulgar suavemente sobre la superficie de cristal del reloj. En un fugaz instante, una imagen brillante se materializa: un sinsajo, idéntico al broche que Haymitch me entregó en el distrito doce, pero desaparece segundos después.
—Si alguien pregunta por mí, dile que me he ido a la cama—dice guardando el reloj nuevamente—. Estas reuniones son extremadamente confidenciales, pero tú luces como una persona que sabe guardar secretos.
—Por supuesto, su secreto está a salvo conmigo.
—Nos veremos en los juegos—dice y hace una pequeña reverencia, un gesto habitual en el Capitolio—. Mucha suerte, Clove.
Me despido de él y lo veo alejarse a paso apresurado; la situación ha sido un tanto extraña, he asociado aquel símbolo con revueltas y problemas, el hecho de que el Vigilante en Jefe lo tenga grabado en su reloj me resulta inquietante. Me pregunto si habrá querido decirme algo o si todo fue solamente una gran coincidencia; vago entre la multitud hasta que doy con Armelle, quien me pregunta en donde me había metido, e insiste en que debemos reunirnos con los demás pues Lauren ha dicho que tenemos que estar en el tren a la una. Finalmente logramos reunir a todos los vencedores cuando el reloj marca la medianoche.
—¡Es hora de dar las gracias y despedirse!—anuncia Lauren, sonriente, me toma del brazo y nos lleva para despedirnos de la gente importante.
—¿No deberíamos despedirnos del presidente Snow?—pregunto cuando salimos del salón—. Estamos en su casa.
—Oh no, a él no le agradan las fiestas—contesta Lauren—. Ya he ordenado que le entreguen las cartas y regalos a primera hora de la mañana, no hay nada de qué preocuparse.
Atravesamos las calles en un automóvil de cristales tintados. Un vehículo detrás de nosotros transporta a los equipos de preparación. La multitud bulliciosa en plena celebración es tan abrumadora que avanzamos lentamente. Sin embargo, Lauren sabe lo que hace, pues llegamos al tren exactamente la una en punto y partimos de la estación. Todos nos sentamos a la mesa, este tiempo es aprovechado para recordar los últimos pasos a seguir durante lo que queda de la gira: nos presentaremos delante al Edificio de Justicia, asistiremos a una cena en la casa del alcalde del distrito, y finalmente participaremos del Festival de Recolección pasado mañana.
Anhelo ansiosamente conversar con Lyme o Enobaria sobre lo sucedido, y como podría salvarme de aquella situación, si ellas están aquí es porque hay maneras de evitarlo; no quiero dejar mi hogar, no quiero ser un artículo de colección en la repisa de algún hombre de poder. Para mi suerte, detienen el tren en las afueras del distrito uno, se nos permite bajar momentáneamente mientras arreglan el desperfecto mecánico; busco a mis mentoras y prácticamente las arrastro hasta el costado de las vías. Caminamos alrededor cinco minutos hasta que decido comenzar a hablar, les comento la situación a detalle y aunque no logro ver sus rostros debido a la oscuridad de la noche, el silencio refleja el horror que les causa lo ocurrido.
—Quizás aún no es tarde para utilizar el acto del romance adolescente, las personas en el Capitolio viven por la farándula—afirma Lyme, en voz baja—. Podríamos hacer que su relación se vuelva pública de manera que parezca accidental. Luego podríamos casarlos, o algo similar, necesitamos una imagen que no pueda romperse.
—Nada te asegura que los respetarán—dice Enobaria—. Me parece arriesgado, cualquier cosa que uno haga puede jugar en contra del otro.
—No tenemos demasiadas opciones, es eso o nada—afirma Lyme, su voz ha subido de tono, suena molesta—. Hablaré con Cato, probablemente le hicieron lo mismo que a Clove esta noche, y dudo que haya mencionado algo a Brutus, Armelle, o Ezra.
Enobaria parece no estar completamente convencida, pero al igual que yo, se percata de que Lyme tiene razón: no tenemos opción. Volvemos al tren en silencio, y me encierro en mi habitación; quiero callar las voces en mi cabeza con alcohol, como ya lo he hecho durante semanas, pero no puedo hacerlo. Necesito estar con la guardia en alto ahora más que nunca.
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Escarlata.
Fiksi PenggemarRetrocedo la cinta, pero todo lo que hace es detenerse en el momento exacto en que todo se perdió. Enviando señales, para ser traicionada. Segundo libro de la saga "La Gran Guerra." •Inspirada en "Los Juegos del Hambre" (Suzanne Collins) •Clasificad...