Escarlata.

ⅪⅤ

"Entrenada para Ganar."

Alrededor de tres días después de que reanudé mi entrenamiento, me despertaron los fuertes truenos y los golpes en la puerta de la entrada de mi casa. No tenía intenciones de entrenar, y no sabía cómo decirle eso a Ares, pero supuse que se daría cuenta una vez que notara mi ausencia en el Centro de Prácticas.

El clima estaba horrible y mi cuerpo dolía mucho; no estaba de humor para entrenar, y mucho menos para hablar con él. Había perdido gran parte de mis habilidades después de los Juegos, y mentiría si digo que no me sentía avergonzada por ello.

Por un momento pensé que los golpes en la puerta eran producto de mi imaginación, pero aumentaron con el pasar de los minutos a tal punto que no pude ignorarlos. La tormenta rugía afuera, mi habitación estaba fría y oscura, y no habían señales de Ravus por ningún lado.

Envolví mi cuerpo en una bata y caminé perezosa hasta la entrada, empuñando un cuchillo en mi mano derecha. Al abrir la puerta, el agua de la lluvia se estrelló contra mi rostro, erizando mi piel al instante. Parpadeé y distinguí a Ares parado en el umbral.

—¿Qué se supone que haces aquí?—pregunté gritando para que pudiera escucharme por encima de los truenos—. ¡Son las siete de la mañana!

—Algo me decía que no te encontraría en el Centro de Prácticas hoy—contesta él, encogiéndose de hombros, como si la tormenta no lo molestara en lo absoluto—. Vístete que se nos hace tarde.

—No—Lo interrumpí antes de que pudiera decir algo más—. Nos vemos mañana.

—Clove, hablas como si estuvieras en condiciones de poder elegir.

No estaba segura de si él sabía que me ofrecería como voluntaria, aunque probablemente era un poco obvio.

—Es en serio, Ares, hoy no estoy de humor—Mis labios se tensaron mientras sostenía el cuchillo con firmeza—. No insistas.

—Bien, no insisto—dijo él, y un fuerte vendaval le desarregló la oscura cabellera—. Pero recuerda por qué empezamos a entrenar en primer lugar, no tienes mucho tiempo.

Sus palabras me devolvieron a la realidad, no estaba entrenando por gusto, tenía que volver a la arena. Aunque también me hizo pensar en que justamente debería aprovechar esos pocos momentos de paz que me quedaban, como dormir hasta tarde un día de lluvia.

Sus ojos oscuros me observaban expectantes, mientras yo decidía qué hacer. Finalmente, mantuve mi postura y no puse un solo pie afuera, pero lo invité a pasar pues el camino hasta el centro del distrito era largo, y la tormenta no cedía. Ares se negó al principio, pero cuando un estruendo sacudió la tierra debajo de nuestros pies, no tuvo otra opción.

La decisión de quedarme en casa aquel día resultó ser el respiro que tanto necesitaba. Al principio era un tanto incómodo, pues ninguno de los dos hablaba mucho, pero de alguna forma terminamos compartiendo anécdotas y riendo de nuestros trágicos pasados. Fue la primera vez que reí en meses. La lluvia seguía cayendo afuera, y el mundo se sentía lejano y olvidado mientras nos sumergíamos en un juego de cartas tan viejo como el distrito mismo.

—¿No te meterás en problemas?—pregunté una vez que el reloj de la sala anunció la llegada del mediodía.

—Nos permiten un día libre a la semana, aunque normalmente no lo tomo. Hablaré con mi comandante—contestó sin despegar la mirada de sus cartas—. Ya se me ocurrirá algo, pero no creo que haya mucho problema, especialmente cuando el día del juramento está tan cerca y con todo lo que está ocurriendo en el distrito.

En ese momento, Ares pudo darse cuenta de que había hablado de más. Fingió que no pasaba nada, pero yo no dejaría pasar la oportunidad de descubrir un par de cosas. Sabía que la situación estaba un tanto tensa por lo ocurrido con Marjorie, pero no tenía idea de hasta qué punto.