ⅩⅤ

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"Límites."

Quince minutos es el tiempo que cada uno de nosotros tiene para impresionar a los Vigilantes este año;  los tributos que deseen recibir calificaciones elevadas deberán idear un espectáculo impresionante para destacarse como algo verdaderamente único, novedoso, nunca antes visto. El comedor todavía está repleto, la mayoría de los vencedores parecen estar enfocados, pero hablan al unísono, y no puedo evitar desear que cierren la boca.

Oigo que me llaman a través del altavoz, y camino hasta el gimnasio sin prisa. La puerta metálica se cierra a mis espaldas mientras observo una escena similar a la del año anterior: armas exhibidas en diferentes paneles y un campo de tiro disponible con dianas estándar y siluetas humanas. Fijo la mirada en el grupo de Vigilantes, que deciden que mi presencia no vale tanto como las copas de vino en sus manos y la conversación que se está llevando a cabo. Así que camino hasta el centro del campo de tiro, y sin pensar mucho, arrojo un par de cuchillos y un hacha mediana.

Para mi sorpresa, solo una de las armas ha dado en el blanco, las otras han fallado por un par de centímetros; las risas se desatan a mis espaldas, y en un instante, siento cómo el rubor invade mi rostro y el calor me quema las mejillas. Avergonzada, tomo un par más de cuchillos y lo intento de nuevo, pero mi enojo ha afectado mi puntería, empeorando la situación. Las risas continúan resonando en el gimnasio mientras tomo el último cuchillo.

Doy media vuelta y no puedo evitar sentirme diminuta al ver a una docena de personas riéndose de mí sin ningún tipo de disimulo. En el centro de esa audiencia se encuentra el Vigilante en Jefe, Plutarch Heavensbee, a quien había conocido en la fiesta en la casa del presidente Snow. Me observa con una ceja alzada y una copa en la mano. Luego, levanta la cabeza y suelta una carcajada estruendosa. En ese momento, pierdo el control y, sin pensarlo dos veces, arrojo el arma en su dirección, apuntando directamente a su cabeza.

Oigo un grito colectivo cuando el cuchillo rebota en el aire y sale disparado en mi dirección. Rápidamente me hago a un lado para esquivar el arma, pero termina rasgándome el brazo izquierdo; siento cómo la sangre tibia desciende por mi piel, mientras un silencio ensordecedor se adueña del lugar. Los Vigilantes me observan horrorizados; claramente, no esperaban algo así, mucho menos de una vencedora del Distrito 2. Parecen aguardar a que diga algo, probablemente esperan que me disculpe, pero no siento la necesidad de hacerlo. En cambio, alzo la cabeza, imitando a Plutarch, y escupo con desdén en el suelo justo frente a ellos.

No espero a que me den permiso para retirarme y, cuando las puertas de elevador se cierran, puedo darme cuenta de que me he metido en un lío enorme.  Para empeorar mi situación, al llegar, Lauren me recibe con gritos horrorizados al ver la sangre brotando de mi brazo. Me limito a decirle que me tropecé con un panel y su borde filoso me había cortado. Ella es lo suficientemente despistada como para creerme, pero, de todas formas, llama a una chica Avox para que me cure la herida. Tras veinte minutos de tratamiento, finalmente puedo ir a tomar una ducha

En lo que va de mi estadía, he atacado a dos personas del Capitolio: el entrenador del puesto de combate, y Plutarch Heavensbee. Aunque supongo que considerarán que ataqué a todos los Vigilantes, no solo a él. Mi puntuación estará lejos de ser buena, pero no me arrepiento de nada. Decido evitar a todos hasta la hora de la cena, y cuando finalmente voy al comedor, me sorprendo de que nadie se ha enterado de lo que he hecho.

La conversación es animada, pero no me involucro ni como mucho. Siento un nudo en el estómago mientras observo expectante la proyección en la pared. No puedo imaginar qué dirán los demás vencedores cuando anuncien mi puntuación; será lo más bajo que un tributo del Distrito 2 haya obtenido.

Comienzan anunciando los puntajes de los hermanos del Distrito 1; ambos han obtenido un diez. Me llevo un vaso de agua a los labios cuando anuncian el puntaje de Brutus, que también ha conseguido un diez. Mi pulso se acelera cuando escucho mi nombre y, al oír mi puntuación, escupo el agua que tengo en la boca: he logrado un doce, la calificación más alta que un tributo puede alcanzar. Entre sorpresa y alegría, todos los presentes me felicitan.

Escarlata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora