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No eran las palabras que salían de tus labios, sino el modo en que me mirabas al decirlo, como si yo fuera un bocadillo, como si fueras a morderme ante cualquier descuido. Con pasos lentos, acortabas la distancia que separaba tu cuerpo del mío, consiente de que la pared a mi espalda me impediría escapar. Y el miedo recorría mi sistema mientras perdía el hilo de tu conversación y encontraba diversión en tus ojos, tú eras el león y yo la oveja y ambos lo sabíamos ahora.

Tus dedos, dulce condena, rozaban mi piel con delicadeza y, encogiéndome en mi interior, me negaba a cerrar los ojos, me negaba a darte el descuido necesario para tenerte encima mío.

Temblorosas estaban mis piernas al sentir tu respiración aún más cerca y quería correr muy lejos de ti, pero no había músculo que respondiera a mi alerta de peligro.

Rápido latía mi corazón dentro de mi pecho al llegar tu mano a mi cintura y sentía la piel arder bajo tus caricias a pesar de la tela que impedía que la yema de tus dedos rozara mi piel.

La rendición estaba cerca y tú lo sabías. Débil, tan débil me sentía ante tu fragancia embriagadora impregnando mi piel, reviviendo el deseo de tenerte a pesar de lo que pudiera suceder.

Tus ojos cálidos, fríos, dulces y calculadores, examinaban cada centímetro de mi interior, cada sentimiento, cada temor. La sonrisa en tus labios se extendió y me encontré observándola, deseándola como jamás lo había hecho.

Nuestras miradas volvieron a encontrarse y vi como suplicabas, dudabas, no creías que te dejara llegar tan lejos pero mis defensas bajas te dieron paso libre y todos mis sentidos se centraron en tu cuerpo, tu aroma, tu calor, tu respiración, tus labios pegados a los míos. Y la guerra terminó, dejando paso a esa pasión que tan cerca nos mantenía el uno al otro, robándonos el pensamiento, haciéndonos desearnos mutuamente.

Y el temor de perdernos pasó a un segundo plano, solo importaba ese amor que seguía encontrándonos aunque nos mantuviéramos separados.

ReflexionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora