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Hay veces en las que ser uno no basta, en que decir lo que se piensa está censurado, y querer vivir a tu modo te convierte en mala persona. Hay veces en que querer ser diferente se torna un delito y contar hasta diez ya no es suficiente para poder volver a respirar. Y ya no importa si estás vivo o estás muerto, porque lo único que sabes es que estás y, aunque el cielo se caiga sobre tu cabeza, vas a seguir estando y no vas a desaparecer porque en la vida real la tierra no te come y ni hay modo de desvanecerse, de ser invisible.
Hoy ya no importa quien seas o quien quieras ser, estás condenado a vivir dentro de un prototipo del cual, salir, se considera un suicidio.
Las palabras rasgan la piel y la sangre brota del alma muerta en que se ha convertido la tuya. No importa. Ya no importa. Y mientras estás en el piso y todo se desmorona, ellos siguen de pie, pateándote, pisoteándote hasta que te dejan al borde del delirio. Pero no te matan, jamás te matan, porque es más atractivo dejarte moribundo para volver a pisotearte luego. La vida pasa a basarse en eso, en luchar por levantarse para que vuelvan a pisotearte, derrotarte, casi aniquilarte.
Y en una sombra me presento como una ficha no deseada, me modifican una y otra vez y me mueven en base a su conveniencia. Perdida en la mirada de un ser superior que me deshace a base de palabras. Entonces soy y no soy. Vivo y no vivo. Te hieren y regresan, como si nada hubiera ocurrido. Pero no puedes quejarte porque expresarse está prohibido y no hay nadie que logre cambiarlo.
Cayendo. Cayendo profundo en el incierto destino al que me confina la sociedad, gritando en silencio por temor a recibir un golpe, pensando en código para no ser descifrado.
Entonces me encuentro sin saber en qué clase de infierno estoy jugando a vivir.

ReflexionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora