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La niña de los ojos grises ha caído en la acera. Llora mirando la sangre de sus rodillas y llama a su mamá. Nadie acude a su llamado. No hay quien seque sus lágrimas o bese su herida. A sus oídos no llega el infantil canto de que mañana sanará ni hay palabras de consuelo.
La niña de ojos grises debe levantarse por si sola. Sus pequeñas manitos enjuagan sus lágrimas. Sus piecitos avanzan, cortos, chiquitos, tímidos.
La busca, la niña la busca pero su madre no está. Su madre se ha ido dejándola ahí, sola, con sus rodillas heridas y sus mejillas húmedas. Pero no es consciente de eso. Sin conocimiento, viaja en el asiento trasero de un coche ajeno con desconocidos que no le desean ningún bien.

ReflexionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora