Capítulo IV. Mi sueño imposible

44 9 0
                                    

Gabriel

Tan pronto como se abrió la valla metálica, entré a la mansión de mi abuelo. Tenía un gusto refinado en la decoración arquitectónica. Y cuanto más avanzaba, más me daba cuenta de que mi abuelo era un derrochador de lujos.

¿Esos son flamencos?

Por Dios, abuelo, ¿es en serio?

Negué con la cabeza. Ay, abuelo, abuelo, abuelo.

Las sirvientas abrieron la puerta y me saludaron amablemente. Devolví el saludo, seguido fui hasta la sala donde me esperaba mi abuelo.

Observé la mansión, perplejo. La recordaba menos llamativa. Aunque siempre fue llamativamente hermosa. La verdad es que mal gusto no tiene mi abuelo. Los candelabros eran gigantescos pero desde abajo se veían pequeños, el espacio de esta casa era enorme. Los relojes en la pared le daban un toque vintage, las fotos de Dylan, Ellen y yo de cuando éramos niños colgadas en la pared me trajeron muchos recuerdos. Solíamos pasar vacaciones con el abuelo. Pero después de un tiempo dejamos de hacerlo. Papá se volvió aún más esclavo del trabajo y no tuvo oportunidad ni tiempo de traernos.

— ¡Abuelo, qué gusto verte de nuevo! — expreso con nostalgia, lo abrazo y por un momento quisiera llorar. Dios, lo extrañaba demasiado —. Honestamente, te he echado mucho de menos — confieso en voz baja.

— También te he echado de menos, mocoso — me dice él.

— Ya no soy un mocoso — me defiendo.

— Para mí, siempre serás un mocoso, mi mocoso.

— Vale, pues. No voy a discutir contigo.

— No te conviene o te desheredo.

— Vamos a calmarnos, abuelo — le digo —. Te traje esto, mira.

— Oh, gracias. Pero ven, siéntate. Que no muerdo.

Mi abuelo sigue siendo el mismo, no parece que los años hayan pasado por su personalidad, por su físico sí, obviamente. Pero en su forma de ser, seguía igualito.

Su cabello y barba eran del mismo tono blanco que la nieve. Las arrugas en su rostro denotaban que ya estaba demasiado viejo. Su ropa iba bien planchada y olía a perfume de cítricos, el cual seguramente era el más caro del mercado. Su bastón iba con él, nunca lo dejaba. Antes sí, pero ahora ya no. Ahora lo necesitaba más que algunos años atrás. Me gustaba mucho la forma que tenía la cabeza del bastón, era una cabeza de León, echa en oro brillante.

— Cuéntame algo. Estoy cansado de no saber nada de mi familia. Nadie me cuenta nada.

— Todo está normal, supongo.

— ¿Cómo qué normal?

— Pues Ellen se casó. Dylan lo hará en un par de meses. Y... papá parece estar mejor desde que se divorció de mamá.

— Detesto que mi condición de fósil viviente no me permita viajar, me habría encantado asistir a la boda de mi pequeña — suspiró, triste —. Adivino que la boda de Dylan también será allá, ¿no?

— No lo sé, creo que ellos aún no han decidido el lugar.

— Estos jóvenes de ahora dejando todo para último minuto.

— Je, je, je.

— ¿Y tú?

— ¿Yo qué?

— ¿Cuándo te casas?

— No veo un futuro así para mí, abuelo.

— ¿Por qué no?

— Me va muy mal en el amor.

Exorbitante Amor © #3 [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora