Capítulo XXV. Decisiones

28 2 1
                                    

Gabriel

He buscado a Saleth por todas partes, he preguntado por ella y nadie me da una respuesta. No logro encontrarla. Y la desesperación por saber si está bien me está matando.

¿Será que se fue por lo que dijo mi padre?

— ¿Esa secretaria se acuesta contigo, acaso? — la voz áspera de mi padre resuena a mis espaldas, tensándome de inmediato —. Porque, si no es así, ¿a qué se debe el trato especial que le das?

— No empieces, papá — me giro para encararlo, sintiendo la rabia arder en mi pecho —. Esa no fue forma de tratarla.

— Tú no vas a decirme cómo debo tratar a mis empleados, Gabriel.

— Ya oíste al abuelo, ella no es solo una empleada.

— No si veo que a tu abuelo y a ti esa mujer los tiene embrujados — escupe con desprecio—. Se nota a leguas que es una cazafortunas.

— Saleth no es una cazafortunas.

— ¿No? ¿Estás seguro? —replica con una sonrisa cínica, disfrutando del momento—. No me digas que está contigo por amor.

Aprieto la mandíbula, conteniendo mi enojo.

— Abre los ojos, Gabriel — continúa, con voz fría y despectiva—. Si nadie te ha amado en todo este tiempo, ¿de verdad crees que esa mujer lo hará? No seas ingenuo pensando que esa oportunista será la excepción.

— Ella no es como tú piensas, papá —digo con firmeza, apretando los puños para contener mi frustración—. Saleth es diferente a todo lo que he conocido y conoceré jamás... esa mujer me hace bien.

Su mirada se endurece aún más.

— ¿Y tu novia, no? —espeta con desprecio—. Te recuerdo que tienes una relación con Hadley... relación de la que me enteré por redes sociales y no por ti.

— Mi relación con Hadley es complicada...

— ¿Complicada para quién?

— Para ambos, papá.

— De verdad que no te entiendo, Gabriel — me dice, decepcionado —. En serio debes aprender a tomar buenas decisiones, carajo. ¡Madura de una puta vez!, ¿quieres?

— No le vuelvas a hablar a mi nieto de esa manera — intervino mi abuelo con voz firme —. Él tiene todo el derecho de hacer con su vida lo que le plazca, así como yo te lo permití a ti.

— Este idiota lo único que hará será arruinar su vida si no sienta cabeza pronto — espeta mi padre con desprecio, sin molestarse en disimular su frustración.

— Al contrario, Augusto — replica mi abuelo —, si se casa presionado por ti, lo único que logrará será arruinar su vida. Además, el matrimonio no garantiza el éxito de una relación. Basta con mirar cómo terminó la tuya con Luisa... destrozada por tus propias estupideces.

— No deberías apoyarlo en sus idioteces.

— Si te apoyé a ti, hijo, ¿cómo no voy a apoyar a mi nieto?

Mi padre no responde. Solo me lanza una mirada cargada de molestia para luego marcharse.

— Haz lo que quieras con tu vida, mocoso — me dice, colocando su mano derecha en mi hombro en un gesto de apoyo—, siempre y cuando te haga feliz.

— Gracias, abuelo. Me siento realmente afortunado de poder contar con tu apoyo.

La fiesta continúa y la ausencia de Saleth comienza a preocuparme cada vez más. Mi madre, al notar mi inquietud, se acerca y me dice que se fue hace un par de horas, que está bien y que no hay razón para que me preocupe. Y es que resulta que tuvo que irse al hospital de inmediato a atender una emergencia.

Exorbitante Amor © #3 [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora