Capítulo VII. Perfil bajo

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Gabriel

Bebo alcohol hasta quedar asqueado de él. Y no hablo del licor.

La música suena tan alto que siento que mis tímpanos van a reventar en cualquier momento.

Al final, accedí a venir al puto antro. Lo peor es que no me he divertido para nada, solo me he dedicado a beber y ya.

Una morena preciosa se me acerca y me pide que le invite a una copa, a lo que cedo sin protestas. Es sexy, muy sexy. Su cabello rizado me recuerda a Saleth, aunque el de Saleth es más bonito, sacudo la cabeza, ¿por qué pienso en ella? Estoy delirando por el alcohol. Debería parar ya.

— ¿Cómo te llamas?

— Miriam, ¿y tú?

— Gabriel.

— Y dime, ¿qué haces solo, Gabriel? ¿No me digas que estás ahogando tus penas en alcohol?

Ella ríe con malicia y su expresión capta mi atención, sus dientes son lindos, sus labios carnosos son muy provocativos.

— Eres muy graciosa, ¿sabes?

— Me lo dicen siempre.

— ¿Quieres bailar? — pregunto.

— Mmm... sí, ¿por qué no? — responde.

Me toma de la mano y me conduce hacia la pista de baile. Mi cabeza pesa y mi cuerpo ni se diga, estoy estresado, con más razón debería divertirme.

Miriam lo nota y me sonríe. Me hace una señal con la cabeza, no entiendo qué hace, pero de igual forma la sigo.

— Tengo algo que puede ayudarte a relajar — me dice, sacando de sus tetas una bolsita de cocaína.

Había dejado las drogas después de lo que sucedió con... No, no merece siquiera que la recuerde. Esa puta fue mi perdición. De no haber sido por ella, todo sería diferente y yo no habría hecho lo que hice.

— No creo que sea una buena idea.

— Solo un poco y vas a sentirte mejor, ya lo verás.

Lo pienso, pero no sirve de nada porque termino cediendo.

— Trae acá — le arrebato la bolsita.

La abro rápidamente, echo un poco del contenido en mi mano y procedo a sorber con mi nariz. Había olvidado lo bien que se sentía hacer esto, arrastro de nuevo a la pista a Miriam y bailamos hasta cansar nuestros cuerpos.

Drogarse no es algo de lo que se debería estar orgulloso. Las drogas joden nuestra vida, afecta nuestra salud tanto física como mental. No debemos consumir algo tan dañino.

Pero, ¿quién soy yo para decirlo?

Nadie.

Un hipócrita que las consumía como dulces en el pasado.

No tengo la moral para decirlo, la verdad. Después de todo, soy un caso perdido. Un desastre. Uno que ni volviendo a nacer tendría arreglo.

— ¿Y si... vamos a un lugar más... privado? — susurra Miriam, besando ciertas partes mi cuello y mordiendo el lóbulo de mi oreja.

— Me encantaría — le digo plantando un beso salvaje en su boca.

Miriam me llevó a su departamento, el cual solo quedaba a dos calles del antro. Cerró la puerta y comenzó a quitarse los zapatos, el vestido, quedó únicamente en ropa interior. La tipa estaba buena, demasiado buena. Tenía unas curvas, unos labios y unas tetas salvajes. Todo perfectamente en su lugar.

Exorbitante Amor © #3 [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora